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El tema de la política española tiene un largo recorrido en nuestro cine. Ha sido una idea clásica, con películas de la época de la guerra civil, la dictadura, la transición o la era constitucional. Son filmes como los que en su momento comenté en el 80º aniversario de la guerra, películas de Mariano Ozores: Que vienen los socialistas (1982) (conmoción por la predicción de que los socialistas van a ganar), o Pelotazo nacional (1993), de corruptelas y otros.

La Vaquilla (1985) de Berlanga; Pedro Lazaga con Vota a Gundisalvo (1977), los chaqueteos de los principios de la Transición; Eloy de la Iglesia con El diputado (1978), un congresista chantajeado; de Antonio Jiménez Rico, El disputado voto del Sr. Cayo (1986), adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes; el cine de Martín Patino, etc.

Hoy referiré un estreno: Políticamente incorrectos (2024), de A. Echevarría; y un clásico: El puente (1977), de J.A. Bardem.

POLÍTICAMENTE INCORRECTOS (2024). Proyecto de sátira política que no llega a tal, comedia en la que Arantxa Echevarría pretende satirizar (no siempre le sale) la política española actual, fusionando las crispaciones ideológicas con otros capítulos como el amor, la amistad o la admiración.

Estamos en una España irritada, ideológicamente polarizada, donde las redes bullen a diario en enfrentamiento y confrontaciones sin límite. Los partidos Nueva Izquierda y España Liberal se darán cita en las elecciones generales que se avecinan.

Laura (Torrebejano) es una joven de izquierdas. De otro lado está Pablo (González), un pijo bien vestido con marcado acento andaluz, un señorito. Ambos están dispuestos a presentar batalla y colaborar con sus respectivos partidos políticos para conseguir la victoria de sus líderes.

Pero este ahínco y el afán por ganar las elecciones se ve mediado por circunstancias azarosas y las cosas no salen como estaba previsto. Confusiones programáticas y amores prohibidos e inesperados, acompañan a la maquinaria electoral en una carrera que acaba por desbocarse.

El reparto cumple su cometido. Bien y entrañable Adriana Torrebejano como Laura, la becaria de izquierdas y mujer enamorada, aunque viviendo el conflicto por amar a un muchacho de derechas y rival; sembradito Juanlu González como joven liberal y de “buena familia” que se afana en sus amores con Adriana; Gonzalo de Castro es Bravo, el líder socialista que admira a su contrincante; Elena Irureta está superlativa, quizá la mejor, como líder del partido conservador, la “presidenta”, especie de sosias de Esperanza Aguirre; y acompañan de manera bien, María Hervás, Raúl Cimas y Pepa Aniorte.

 

Cierto es que en los últimos tiempos nuestra política nacional parece una caricatura chistosa por demás, burda y más, “y ninguna era buena”. No es de extrañar, pues, que esta peli trate de reflejarlo en este ensortijado sainete, especie de despropósito.

Esta película pretende parodiar la realidad española deformando a sus personajes, contextos, situaciones y aconteceres, de modo que viene a dejar un retrato graciosillo en algunos puntos de la cinta, pero tan esquemático que deviene broma guasona.

Carece de profundidad esta sátira de Arantxa Echevarria, que le viene un poco grande. Con un libreto burlesco de Olatz Arroyo, esta cinta queda en un quiero y no puedo. Carece de un ensamblaje que tenga mínimo fuste para el abordaje de asuntos de envergadura y actuales.

Carece de mordiente, de ironía incisiva, de causticidad, en fin, que es de veras algo tan simple que uno sale del cine medio pasmado de tanta bobada.

Nada más al principio del filme, se gasta una buena tajada del metraje con pavadas tonto-amorosas entre los protagonistas, que se han perdido en la sierra. Esos primeros treinta minutos son infames, penosos, entre la montonera de chistes verbales y gags físicos mediocres.

Cuando ya se han amigado, e incluso se han mirado y atraído, y besado, en el momento cumbre, cuando van a unirse en carnal amorío, son sorprendidos por todas las fuerzas de rescate imaginables que andan en su búsqueda; factor sorpresa ad terminum coital que se repetirá para que el espectador sufra esa especie de coitus interruptus entre el pijo de derechas y la belleza zurda.

Esta parodia del mundo político quiere reírse de todo y de todos, o eso pretende. Para ello sus personajes se convierten en caricaturas de líderes y asesores. No esperaban que entre sus candidatos de izquierda y derecha fluyeran inopinadamente los besos y las caricias.

Calificar esta cinta de sátira me parece un exceso, pues apenas hay deliberación política ni cavilación sobre la sociedad, más allá de una cargazón de clichés y cuentos de medio pelo.

Más correcto sería decir que A. Echevarria pierde la oportunidad de haber construido una cinta con colmillo afilado y mayor agudeza de cuanto sucede en esta España.

Siendo que habría podido ser una película cáustica y mordaz para este país cada vez más polarizado, se decanta por un desarrollo buenista y mimoso, que apunta cuán deseable sería que la izquierda y la derecha se entendieran; lo cual se acompaña de revolcones sexuales y bromas fáciles.

Por cierto, en esta comedia sin pretensiones, el final, el de la nalga tatuada al viento y la escena de después de los créditos, son elementos sorprendentes, algo que no se puede creer en un contexto social y político normalito. Aunque quién sabe.

Más extenso en revista Encadenados.

 

EL PUENTE (1977). Juan (Landa) es un currante, empleado en un taller de Madrid. Todo su interés en la vida se centra en pasarlo bien, ganar dinero y sobre todo conquistar a cuanta sueca o extranjera en general se le ponga por delante.

En la víspera de un puente feriado, Juan se ve sin ningún plan. Esta situación le produce gran frustración y en principio no sabe cómo reaccionar ni qué hacer con los esperados días libres. Finalmente, decidido a disfrutar los días vacacionales, emprende un viaje a Torremolinos a lomos de su modesta y hortera moto.

Pero la realidad y lo que se cuece en el film es un auténtico viaje iniciático en su Montesa Impala adornada como un quiosco de feria. Juan conocerá en el camino una galería de personajes y cada a uno a su manera le harán ver la vida de forma diferente.

Bardem, aunque no tuvo la suerte de otros (v.g. Berlanga) por su filiación comunista, era un director comprometido con las causas sociales y humanas, como es sabido por otras cintas clásicas y políticas también como Esa pareja feliz, 1951; Bienvenido Mister Marshall, 1952; o la celebérrima Muerte de un ciclista, 1955; sin olvidar Calle Mayor, 1956.

Pues bien, en 1977 Bardem dirige esta que es otra de sus películas de culto, en medio de la transición política española, una época rica y ebullescente. En ella, Bardem radiografía a un mecánico, ese tándem moto-Juan, la moto a modo de un Rocinante mecánico y a Juan-Landa-Quijote ¡Qué intuición y sensibilidad la de Bardem al elegir a Alfredo Landa!, un actor que había hecho papeles de machote castrojo y pseudosexuales, y que encontró su tono dramático en este filme político.

Es genial el rocambolesco pero bien trabado guion del propio Bardem junto a Javier Palmero y el escritor Daniel Sueiro, inspirándose libremente en relatos de este último. Estupenda música de José Nieto y gran fotografía de José Luis Alcaine.

El reparto es un lujo con un Alfredo Landa extraordinario que sabe adaptarse a los cambios que en él se van produciendo a lo largo de la historia, con una facilidad camaleónica como actor y enorme vis dramática y también humorística.

Esta fue la película que reveló y sacó a la luz toda la grandeza de ese actorazo que fue Landa, un intérprete que llena la pantalla y consigue dar veracidad y naturalidad a soliloquios que en boca de otro hubieran colapsado la narración.

De manera que en esta película Bardem narra magistralmente un viaje en el que el pobre Juan, mecánico aturdido por el ruido del consumo, el macherío y el sexo, logra encontrar una conciencia social aplicada a la política española de aquel enntonces.

En su época fue un crack, pues era una obra comprometida ideológica y políticamente, lo cual que por aquellos entonces colocarse del lado de los demócratas y contra los afines al régimen, era casi una obligación como experiencia político-mística.

Hoy más que nunca, esta película tiene su validez y su mensaje certero, amén de mantener la calidad como obra cinematográfica que ha sabido envejecer bien.