Siempre me impresionó aquel edificio, y cada vez que pasaba entre el río y su balconada, no podía dejar de imaginarme la vida que debió vivir. Con las vistas sobre el Guadalete me imaginaba a aquellos toreros reposando, cigarrillo en mano con los antebrazos apoyados en su balaustrada. Me imaginaba las hamacas curando al sol sus heridas, y de ahí, pasaba al frescor de su patio.

Me imaginaba aquellos pasillos gobernados por cofias y batas blancas, y dejando a un lado el dolor de toda enfermedad, y el olor a alcohol que debía flotar por los quirófanos, me pareció siempre un lugar agradable.



Nunca pensé en que fuese a cerrar, en que pasara de hospital y centro, en que pasara de la vida al abandono con tanta facilidad, y siempre pensé que era un lugar que debía recuperarse.

El pasar de los años lo fue deteriorando, y a veces, veía como se filtraba la luz por las ventanas, aun gobernadas por ventanas que se fueron desvencijando, y dejando al descubierto techos que comenzaban a desaparecer.

Seguí soñando, viéndolo cada día más dolido y anheloso de un nuevo esplendor. Al menos la iglesia seguía en pie, al menos aún se podía ver de vez en cuando sus puertas abiertas, hasta que llegó el final, un final, esperado y anhelado no se por quién y ni porqué, pero que llegó de forma inevitable.

Siguen sonando las promesas, siguen sonando proyectos, algunos tan absurdos como inútiles, fruto del desconocimiento de que se trata de una donación con fines concretos, y que provocarán, para el gozo de la familia del donante, la reversión al patrimonio privado si se cambia su uso.

No sé cuál será el final, que ocurrirá o en qué manos terminarán, pero si estoy seguro de que el río seguirá soñando, como yo, en volver a ver a su paso a gentes ocupando el enorme mirador lleno de gente.

Nunca será un hotel, pero si puede ser residencia, balneario medicinal u hospital, y ese deberá ser su destino, inmediato, porque el problema puede ir a peor, hasta el punto de que se pierda para siempre el sabor a río de sus muros, y eso, esperemos que nunca ocurra.

Seguiré paseando a la sombra de sus paredes, y me seguirán llegando los aromas de alcohol, de mostos envejeciendo y río que nunca debieron  desaparecer.