Los pasos me llevan a otros lugares, otras zonas, por supuesto, desconocidas, y a las que mi fiel amigo decide no venir, y supongo que será por la ausencia de bares donde repostar.

Una foto de las viejas canteras me picó la curiosidad. Y andando andando, deje atrás el centro comercial, atrás la verde gasolinera, y poco a poco, la silueta de aquella pequeña sierra se me fue abriendo.

Pensé en aquella película del inglés que subió una colina y bajo una montaña. Pensé en aquel pueblo orgulloso de su montaña, y conforme me acercaba, el abandono y la ausencia de rutas marcadas, me entristeció.

Atrás quedó un vivero, y preguntando, me mandaron por un camino secundario. Cuando pude me adentré en la sierra, solo, sin señales, y por supuesto, gratamente perdido en una sierra acogedora.



Débiles senderos, como venas obstruidas, me iban marcando los pasos hacia el interior. Jamás encontré las cuevas, quedaba claro que debía volver con alguien que conociera la zona. Pero el paseo me fue dejando bellos paisajes de verde espesura, de retamas bajas. Salpicados algunos claros, los restos de neumáticos quemados y basura me entristecieron. Pero aun así, los pequeños riscos las laderas, ahora suaves ahora abruptas, me ofrecían un paseo agradable y duro. Un paseo a camino entre lo agradable y el ejercicio.

No fueron pocas las ocasiones en que me arrepentí, y gracias a las nuevas tecnologías tenía claro que la vuelta la haría en taxi, solo me quedaba la duda de si me recogerían en algún punto de la carretera. Como pude, y tras más de dos horas pisando chasca y oliendo al pasado fenicio de la ciudad, perdido en el bosque encantado de la ciudad trimilenaria, oteé, desde una altura considerable, los restos de una torre. Con ella como referencia regresé al asfalto, abrumado por mi aventura inconsciente de adentrarme allí, satisfecho por el ejercicio, y apenado por tal diamante en bruto, paraíso para senderistas, espacio sin explotar para los que, como yo, no sabían de la existencia, más que por verla de lejos, de semejante paraje en una ciudad en donde solo olí hasta este día, mar y playa, pino y sal. Como siempre, mi Puerto, no dejaba de sorprenderme.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias. [Lee aquí los anteriores capítulos]