Debió ser allá por el 2000, quizás 2005, para mí la botellona había quedado atrás, lejana, se quedo en aquel callejón junto al Hospital de Micaela Aramburu, a donde fuimos después de que nos desalojaran de la calle Federico Rubio, frente al pequeño almacén que había frente a Muebles Palma.

Atrás habían quedado los años de la cuesta del Buzo subidos a aquella torreta bebiendo. Eran tiempos en los que beber en la calle apenas se parecía al fenómeno que despuntó en el milenio, tiempos que evolucionaron hacia el Reloj y sus gin tónics dobles, un refresco y dos vasos con ginebra por un módico precio.

Eran tiempos que en nada se parecían a lo ocurrido en la esquina de mi casa, esquina de Elías Ahuja con Moros, y en cuya ventana, en más de una ocasión la lejía debió borrar el alivio de no pocos borrachos. El Puro Latino era una reunión de las Hermanas Adoratrices comparado con aquello.



Los tres días sufridos hoy eran el sueño de los vecinos de aquellos tiempos, que desde junio a la Patrona veían como miles de coches llegaban de toda la provincia a la esporádica concentración. Los maleteros de los coches eran cajas de resonancia, tiempos de evolución sonora en donde los coches competían para ver quien ponía la música más alta. La policía ni aparecía, pero por temor a parar a quien no debía -sus hijos, los de concejales o empresarios de aquí y de allá-  y verse obligado a hacer las temidas pruebas de alcoholemia.

Aquellos no fueron tiempos difíciles para los que vivían en la zona y se encontraban sus portales como improvisados servicios públicos, fueron tiempos insoportables a los que no se les veían un fin, excepto la extinción de la juventud, el paso a la madurez y el cambio de moda.

Lo cierto es que era un espectáculo ver los cuatro aparcamientos de la plaza de toros ocupados como si fuera Woodstock. Pero aquí estamos, los mismos que daban por culo en el 2000, ahora respetables padres de familia recordando con nostalgia aquellas noches de verano, los mimos que no podían dormir, alegrándose de que pasaran de moda aquellos tiempos, y diciéndoles a los de la ribera, ahora os vais a enterar, y los de los almacenes, lamentando que acabaran los tiempos en que vendían mas licor que los gánsteres en la prohibición. Por suerte, la vida evoluciona, y creo que para mejor.