[Lee aquí el Capítulo V] Entré de lleno en las navidades disfrutando de una fiesta que me resultaba atractiva y desconocida, mi particular cicerone, el “Bigotes”, me llevó a una serie de eventos que antes pasaban desapercibidos.

Para mí esas fiestas cargadas de olor a humo, palmas… cantes y que todos llamaban zambombada para mi eran las fiestas de la tortita, esos dulces con un pellizco en el centro y cubiertas de miel. Me aficione a ellas, y a la fiesta, de una manera casi enfermiza, acudiendo incluso a dos en el mismo día.

Viendo lo frívolo del personal, comprendí que a veces la vida solo puede llevarse adelante gracias a este tipo de actos. Al fin y al cabo, a lo largo de los años comprendí que sofocarme por algunas cosas era un absurdo.

Sobre todo, lo que mejor entendí era que la lucha contra los políticos, por las injusticias legales, por la pérdida de derechos, por el subyugarme a los designios del político de turno, era algo absurdo.



Con los años aprendí que a los que mandan les importa muy poco lo que yo, o mil como yo podamos pensar, nos manipulan y juegan con nosotros sin tenernos en cuenta, alegando que tienen el respaldo de una mayoría que opina como ellos, que confían en ellos, pero a los que pisotean exactamente igual que a mí.

Mientras remojo la tortita en anís, comprendo que lo mejor de esta vida es el disfrutar de los ratos que compartimos con los demás, comprendo que perder el tiempo en discutir por algo que, al fin y al cabo, ni en sueños puedo cambiar, y encima el único rédito que sacaré es el perder alguna amistad, para que otros se llenen los bolsillos, es absurdo.

Con esa reflexión, tan aburrida como absurda, me esfuerzo en comprender las letras de los villancicos, en donde, como la vida misma, lo mismo se ríe por la nacimiento del Niño Jesús, que se le crucifica de forma inmisericorde mientras nos comemos otra tortita, dulce como el anís que la acompaña.

Quizás por los efectos de la Sambuca, o contagiado por el ambiente, abrazo al “Bigotes” y le deseo felices fiestas. Cojo otra tortita, y me alegro de quizás, solo quizás, termine por acabar mis días en esta que no es mi tierra, aunque la sienta como mía.