Tenemos claro que Sevilla nos mal acostumbra, su modelo además marca tendencia, nos vuelve miméticos tendentes  a comparar. Y es que, acabada la Semana Santa, el sevillano se mete en faena, y con la chaqueta oliendo a incienso, se vuelca en la feria para ventilarla.

Ciudades más cercanas, siempre se han llevado un par de semanas con la nuestra, en otras ocasiones han coincidido, y en más de un año, el desmontaje ha sido más un traslado de ubicación, de enseres, incluidos langostinos que han adquirido experiencia en ambos lugares. Este año se nos antoja lejana, la vemos más metida en un temprano verano que en una madura primavera, pero en realidad, a quien le importa.



Si se pone a finales de mayo las criticas hubieran sido por ser a finales de mes, si es a principio revienta el puente, y si hubiera sido a mediados de mayo la hubiéramos visto demasiado cercana al Rocío, pero si nos metemos en junio la vemos veraniega, aunque poca gente está de vacaciones en junio. Los estudiantes las ven demasiado cercana a los exámenes, y los jubilados calurosa.

A pesar de todo, la realidad es solo una, y es que en mayo hay muchas comuniones. Son cinco días de fiesta, y el calor lo mismo llega en mayo que en junio, o en abril; la lluvia no avisa, y, al fin y al cabo, son cinco días de fiesta.

El rebujito sabe igual en abril que en mayo, y en junio entra mejor. Lejos de dar docta y parapóllica explicación docente acerca de la historia, evolución tradicional y comportamiento adecuado en tiempos de feria, prefiero vivirla, esperarla y, sobre todo, sobre todo, disfrutarla, y eso es lo único que lamento, que aún quedan muchos días para que llegue, mientras tanto nos conformaremos con la de Jerez, las motos y los guisos.