Desde el velador miraba a la gente paseando, poco a poco, se fue adueñando de mí el paso del tiempo, los recuerdos lejanos y cercanos de una corta vida. Tal día como hoy, todos nos conmocionamos con las lejanas noticias, cercanas desde la prensa, que hoy día, acorta distancias, haciéndonos mudos e impotentes protagonistas de ciertos acontecimientos.

Marzo, el mes de los Idus, el mes que nos acerca a la primavera, el mes de las lluvias inoportunas, del calor bien recibido, del azahar y la esperanza. Marzo, el mes de la muerte inolvidable, de la traición y los puñales, de las bombas y los trenes. Marzo el mes de la pandemia interminable. Marzo, el mes inolvidable desde el principio de los tiempos, y que hoy, a nuestro pesar, sigue siendo el mes de los crueles aniversarios.



Marzo, el mes en el que aprendimos que hasta un hijo puede ser el mayor traidor y asesino, influenciado por la ambición y la promesa, el mes donde la vida pasa a un segundo plano por el “bien” del Pueblo. El mes donde aprendimos que hay cosas que se nos ocultan, como a los púberes, quedando nuestros seres queridos entre amasijos de metal, mientras otros usan sus muertes para jugar al político e ingrato ajedrez de los peones inocentes. Marzo, el mes de las flores recién creadas, deseosas de su mayo. Y al final de todo, desde los más crueles aniversarios, un mes más.

Apoyo la taza de café en el velador, cierro los ojos y veo un Puerto lejano y ajeno a unas historias que nos afectan, ciudad a la que solo las olas de los acontecimientos llegan ya sin fuerza, pero dejando su rastro sobre nosotros. Pasan los minutos y recupero la confianza de que, con el paso de los días de este mes de marzo, algo me devuelva la esperanza en un mes preludio de la luz primaveral.