Como es ya conocido, desde hace unas semanas no hay más Fernando Durán en la emisora municipal, en concreto en el magacín matutino que con tanto cariño realizaba. Le busco en la parrilla y no hay rastro de él, en el “feisbu” de la ‘aradio’ tampoco localizo el post que todas las mañanas anunciaba su programa con su foto y ese rostro sonriente a la hora de empezar su programa. Nada de nada, es que lo han borrado del mapa literalmente. No sé dónde se mete ni quién ocupa su lugar ahora pues el community manager no me da pistas de su paradero y mantiene la triste página a base de notitas de prensa y autobombo. Trabaja poco y es sibilino el amigo.  Y es que pongo el 107.08  en la radio del coche y no oigo esa voz que encandilaba a amas de casa, taxistas, y seguidores del dicharachero locutor gaditano.

No queríamos desde La Pasarela hablar del compañero Fernando hasta esperar que la cosa se hubiese enfriado, y desde el respeto aguardábamos acontecimientos mientras oíamos y leíamos que había ocurrido con nuestro comentarista en la versión de diversos ‘opinadores’ y esos otros que han utilizado su despedida para hacer política. Principalmente, lo que resulta más lamentable es que estos últimos nunca antes hicieran uso de esa misma política para defender los derechos laborales de los trabajadores, no obstante los hay sumisos que no piden nada a cambio sin otra intención que cosechar sus “likes” en las redes sociales o la palmadita en la espalda de la asociación de jubilados que tienen  por oyentes. Muy fuerte me resultó también tener que leer de un colaborador veterano de los que no piden ná que “lo de Fernando Durán es una no renovación del contrato, no se trata de un despido” (sic). El señor mayor quiere puntualizar a la gente ante la desinformación reinante utilizando eufemismos pero la cosa es que él mismo está sin contrato pero es feliz así y vivan las películas en blanco y negro…Ver para creer.

Conociéndole antes por la noche portuense que por la radio,  desde los tiempos del kiosko Baobab en el Parque Calderón, o aquel otro bar de la calle San Sebastián llamado La Escalera, durante la época gloriosa de los ochenta, convertirse en un comunicador transgresor o políticamente incorrecto le pudo valer para ser muy conocido en la ciudad por su particular forma de hacer una radio marujil, cercana y familiar, pero por otro lado también para ser repudiado por quienes no están conforme con su forma de trabajar. Es ahora precisamente cuando no corren buenos tiempos para la lírica en un medio que lleva mucho tiempo en números rojos, pero, ojo, no por los sueldos de sus colaboradores ni las papas fritas con fanta del convite con el que se les agradece por los servicios prestados. No hay pasta para nada, a excepción de estudios de audiencia y otras mamandurrias. Que levante la mano aquí quien no entrase en la otrora Serecop a dedo o sin pasar un proceso selectivo mediante un concurso de méritos.

Sea como fuere, me temo llegó el adiós de alguien que quizás te podría gustar más o menos pero te contaba las cosas como ninguno. Creo que ese espíritu eternamente adolescente es lo que le ha hecho estar tantos años frente al micro, con sus virtudes y con sus defectos pero con la misma frescura y pasión que el primer día. Esa dedicación no se le ve a muchos tan acentuada en este oficio. Por eso cuando alguien esboza una crítica hacia él -críticos tiene, claro, como todos- si estoy presente siempre le digo: todo lo que tú quieras, pero, ¿lo harías tú mejor?

Esperando el día que llegue el locutor que rejuvenezca la radio estaremos quienes la amamos. Está por venir una nueva singladura radiofónica que haga sentir de nuevo a sus oyentes, a través de las ondas hertzianas, el espíritu de aquellos que una vez nos hicieron mejores personas.