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Casi todas las personas que hoy tienen de cuarenta para arriba conocen sobradamente a Narciso Ibáñez Serrador, un creador importante que dirigió cine, fue realizador de televisión, director teatral, actor y guionista. Chicho Ibáñez falleció el pasado 4 de julio de 2019 a los 84 años de edad, habiendo dejado una obra artística importante en su haber. Su punto fuerte fueron las series y el cine fantástico y de terror, con capítulos para TVE como los titulados Historias para no dormir que, la verdad, daban mucho miedo.

Dominaba el suspense y tuvo la capacidad de trascender y convertirse en un icono popular. Ibáñez fue un igualmente un cineasta que ha influido de manera muy importante en directores como Álex de la Iglesia, Alejandro Amenábar, Juan Antonio Bayona o Jaume Balagueró; probablemente ellos le reconocieron cuando hace unos meses, en este 2019, le fue otorgado el Goya de Honor de la Academia. Tiene también otras distinciones como el Feroz de Honor otorgado en 2017 y el Premio Nacional de Televisión concedido por el Ministerio de Cultura en el 2010. Sus últimos años han estado marcados por diferentes problemas de salud y un accidente doméstico que lo postró en una silla de ruedas.

Chicho Ibáñez, ‘in memoriam’.

En esta entrega decimos un ‘adiós’ lleno de admiración a alguien que fue esencial en la educación de varias generaciones de espectadores, con ese concurso ya arquetípico que fue el “Un, dos, tres…”. Chico Ibáñez, apenas cumplidos los 20 años ya escribía sus propias obras teatrales y dirigía adaptaciones de Tennessee Williams; también incursionó en la radio como guionista o en la televisión argentina con espacios como “Obras maestras del terror”, donde versionaba relatos de Edgar Allan Poe. Fue a principios de los años ’60 cuando estrenó en nuestro país “Aprobado en inocencia” y ya en 1963 comenzó a trabajar en Televisión Española adaptando a los clásicos de la literatura para “Estudio 3”. Pero los relatos con más impacto en la audiencia fueron los de terror y ficción.

En 1965 tuvo su primer gran éxito con “Historias para no dormir”, relatos propios y adaptaciones que él mismo presentaba con un fino sentido del humor. También fue reconocido en el Festival de televisión de Montecarlo en dos ocasiones por el episodio “El asfalto” (que ahora comentaré) y por “Historia de la frivolidad”, escrito junto a Jaime de Armiñán, parodiando la censura en España. Su primera película fue “La residencia” (que ahora comentaré también) estrenada en 1969, film de terror gótico y suspense. En 1972 llegó el conocido concurso a que antes aludía, “Un, dos, tres…”, un concurso polifacético, incluso cultural, que se vendió en muchos países europeos. En 1976 rodó su última película como director: “¿Quién puede matar a un niño?”, basada en una novela de título homónimo de Juan José Plans y que es considerada hoy una obra de culto.

En este sencillo pero sentido homenaje a un hombre importante del cine y el espectáculo, reconocido admirador de Alfred Hitchcock, quiero comentar dos de sus filmaciones. La selección de su nutrida producción la he realizado tomando dos de las obras suyas que más me impresionaron en su momento. Por un lado un largometraje que en sus días fue rupturista, atrevido, y de un terror fino… fino, filipino: La Residencia (1969), en el cual hay imágenes y mensajes que nadie sabe cómo colaron en aquella época de rígida censura. Y el corto para TVE, El Asfalto (1966), una invectiva a la sociedad deshumanizada que niega la ayuda y la compasión a quien la pide a gritos.

 

LA RESIDENCIA (1969).

LA RESIDENCIA (1969). A una residencia para muchachas llega la tímida Teresa. La señora Fourneur, directora del centro, la recibe y acomoda. Narciso Ibáñez Serrador aborda un film de pavor que logra sostener un clima asfixiante. Ibáñez, con la inspiración de su admirado Poe, no suelta el corazón del afligido espectador. La banda sonora de Waldo de los Ríos es muy efectiva y una oscura fotografía de Berenguer, acompañan la angustia del relato.

En el reparto la talentosa alemana Lili Palmer como Mme. Fourneau, mujer que dirige con mano de hierro la residencia. La madrileña Cristina Galbó, muy bien en el papel de la interna Teresa. John Moulder-Brown, en el rol de hijo enigmático de la directora. Un universo cerrado cargado de prohibiciones y de represión sexual. Se ve en film un erotismo plagado de perversiones inconfesables, buscando el lado malévolo de los personajes. Pero lo que más asusta es la imagen trastornada que crea el director de las relaciones humanas ‘intramuros’.

No hay ni una pizca de humanidad y todo parece regido por sombrías reglas que siguen un designio bárbaro y cruel. Los irrespirables 98 minutos de metraje son un enjambre de chicas, la despótica madame y su siniestro hijo, en un entorno de vasallaje y dominio. Estupendo montaje y una narración plagada de sugerencias que no evita la muestra directa de escenas teñidas de rojo con ‘slow motion’ o ralentización artificial de algunas acciones truculentas para aumentar su impacto visual. Un enjambre de chicas bajo la jefatura de una madame despótica, alumnas que se vigilan unas a otras, una alumna jefa y maligna, y un inquietante joven que será quien precipite la cinta hacia un final sorpresivo y terrorífico.

 

EL ASFALTO (1966).

EL ASFALTO (1966). Esta fue una de las entregas de los celebérrimos capítulos para TVE titulados genéricamente “Historias para no dormir”. Un capítulo sensacional dirigido por Ibáñez Serrador, terror y absurdo al servicio de la crítica social. Un personaje interpretado por su padre Narciso Ibáñez Menta de manera excelente. Un hombre con la pierna escayolada que queda prisionero de un asfalto del que ya no podrá salir en los 34 minutos de duración del corto.

En el transcurso del mismo, el terror se mezcla con el surrealismo y el absurdo más absoluto. La narración parece que mezcla partes de Poe, Luís Buñuel y Franz Kafka. Este capítulo fue el primer corto premiado para TVE internacionalmente, concretamente en el Festival de Televisión de Montecarlo, con la Ninfa de Oro al mejor guion en 1967. Llama la atención del tema: un hombre aprisionado en un medio viscoso de asfalto, y cómo nadie le hace ni caso, incluso le recriminan. Hace recordar “La cabina” de Mercero, y al igual que aquella, tiene una importante carga de sátira ácida sobre el ser humano.

Los sencillos decorados fueron obra del genial humorista gráfico Antonio Mingote y la música penetrante, de Waldo de los Ríos. Este genial corto para TVE es la perfecta metáfora de un hombre, de todos los hombres, que precisando ayuda, cariño y afecto, no lo consigue. Por ello, este capítulo de Chicho es atemporal en su crítica a la sociedad, causticidad y reproche para la indiferencia humana hacia el dolor y el sufrimiento de los demás.