“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

La cárcel es una pesadilla para cualquier persona, un suceso traumático, un castigo justo o injusto que priva de libertad durante meses, años o toda una vida. Ello dentro de un edificio de barrotes y cemento, rodeado de delincuentes, asesinos, violadores. Un ecosistema tan cerrado que no podemos sino rendirnos ante lo mucho que sugiere cinematográficamente hablando.

Las historias de prisiones y presos dan por lo común una motivación a su protagonista: la búsqueda de libertad y la rebeldía contra el sistema que te ha encerrado allí. 

En el subgénero “cine carcelario”, la cinematografía hispana ha dado buenas y variadas películas. Desde comedias, como Todos a la cárcel (1993), del gran Berlanga, a manifiestos a favor de la libertad como la extraordinaria Salvador (2006), de Manel Huerga.

Sin duda, en España se han producido películas excelentes sobre el tema cárceles. Como ejemplos, aparte de las mencionadas: La fuga de Segovia (1981), de Imanol Uribe; Entre rejas (1995), de Azucena Rodríguez; Horas de luz (2004), de Manolo Matjí; Azul Oscuro Casi Negro (2006), de Daniel Sánchez Arévalo; El patio de mi cárcel (2008), de Belén Macías; Las dos vidas de Andrés Rabadán (2009), de Ventura Durall; o Carne apaleada (1978), de Javier Aguirre.

En este capítulo escribiré sobre: Modelo 77 (2022), de A. Rodríguez y Celda 211 (2009), de D. Monzón.

MODELO 77 (2022). Gran película del Alberto Rodríguez que retrata fielmente los movimientos pro-indulto y amnistía carcelaria tras la muerte de Franco que se evidenciaron con intensidad en los años 1977 a 1979, con escasa fortuna.

Entre tanto jolgorio de “movida madrileña” y el júbilo de los españoles con el advenimiento de la democracia, Rodríguez cuenta otra parte de la Transición, un gran olvido. Lo hace en forma de thriller-crónica, donde hay mucho sentimiento e incluso rabia.

Es un manifiesto político que hace hincapié una faceta olvidada e incluso frustrada, la de las cárceles tras la dictadura, en un capítulo de nuestra reciente historia forzadamente escondido que hasta duele. Aquel anhelo de justicia democrática y de indulto para muchos penados injustamente recluidos y carne de cañón en un sistema policial y penitenciario brutal.

Estamos en la cárcel Modelo de Barcelona, 1977, cuando el contable Manuel (Miguel Herrán), es encarcelado pendiente de juicio por cometer un desfalco de cuantía menor. Así y todo, se enfrenta a una pena de entre 10 y 20 años, un castigo desproporcionado. No tardará mucho en unirse a su compañero de celda Pino (Javier Gutiérrez), y a un grupo de presos comunes que se está organizando para exigir una amnistía. Aunque Manuel se muestra escéptico; en una escena le dice a su abogado: "Este es un país para los hijos de los dueños, nada va a cambiar". Y mucha razón tenía.

Ahí comienza la batalla por la libertad, todo un movimiento de presos hizo en aquella época tambalearse al sistema penitenciario español. La premisa era: si las cosas están cambiando fuera, dentro también tendrán que hacerlo.

De esta guisa, se cuenta uno de los episodios más truculentos de la Transición, cuando en la cárcel Modelo de Barcelona y otras penitenciarías, un grupo de pobres presidiarios en una sociedad aun rozando el franquismo, demostró a través de la coordinadora de Presos en Lucha, COPEL, una solidaridad insólita y emocionante. 

Dice el director que antes de la película se enfrentó a mil historias de esos olvidados. "En la cárcel de entonces estaban los de ‘Els Joglars’ y a los homosexuales se les etiquetaba como 'invertidos' y se les separaba por 'genéticos' o 'adquiridos'", y sigue: "Todas son historias que hemos olvidado y que merecen ser recordadas. Sólo nos hemos quedado con unas pocas para realizar la película".

Alberto Rodríguez, con guion de Rafael Cobos y el propio Rodríguez, construye un filme que transcurre casi en su totalidad entre rejas. La cárcel Modelo, con sus grietas y heridas, se impone como protagonista.

El desarrollo de la historia es también transformación progresiva de Manuel en contacto con los diversos tipos de presos y su relación con ellos. Había supervivientes, comunes o políticos. La primera parte de la película es más liviana -dentro de la dureza- con la presencia del personaje que interpreta el actor Jesús Carroza; en la segunda parte toma ese relevo cuando se hace acompañar de Pino, y vira hacia cuestiones de principios y apuntes humanos y filosóficos.

Entre los protagonistas tenemos a un Miguel Herrán --brilló en el filme “A cambio de nada”, 2015- que demuestra ser una cara extraordinaria y de interesante repertorio actoral. Javier Gutiérrez con lo mínimo (y gran barba) consigue lo que se propone: excelente. Y está la claridad de Catalina Sopelana, bonita y expresiva. Acompaña un elenco muy interesante con nombres como Jesús Carroza, Fernando Tejero, Xavi Sáez o Polo Camino.

Cabe subrayar el equilibrio entre una primera mitad más descriptiva y con un buen retrato de personajes y ambientes, y una segunda más cargada de acción, suspense y tensión.

El conjunto es creíble, entretenido y ofrece una idea bien dibujada de dónde venimos, lo cual que cabe asomar cierto temor de una “parte” de España que reniega de lo que se hizo y funciona, para pretender descubrir el Mediterráneo.

En suma, la película se acerca al thriller de acción con intento de fuga final, ¿lo lograrán?, hay que ir a verla. Pero es sobre todo una cinta intensa que retrata a unos personajes que demuestran su denodada lucha por la libertad y la necesidad de desanclar las estructuras carcelarias de las costumbres salvajes y crueles propias de la dictadura.

 

CELDA 211 (2009). Este drama carcelario empieza el mismo día en que Juan (Alberto Ammann) empieza a trabajar en su nuevo destino como funcionario de prisiones y se ve envuelto un motín de presidiarios. Decide entonces hacerse pasar por un preso más para salvar su vida y poner fin a la revuelta, encabezada por el temible Malamadre (Luis Tosar). Pero el destino le ha preparado una trampa.

Con enorme talento Daniel Monzón dirige esta película con un guion de su autoría junto a Jorge Guerricaechevarría, adaptación de la novela de Francisco Pérez Gandul. Historia densa y trepidante.

Es un thriller duro en el que delante de los ojos del espectador se vierte sangre a raudales. Si bien, el demoledor golpe inicial diluye su brutalidad en la tibieza de una narración tensa, inteligente y bien llevada.

Sus personajes tiran los estereotipos fuera de los muros y lo que queda es una lucha de indeseables en busca de dignidad. No es raro que el respetable quede atónito ante esta potente tragedia carcelaria que da miedo. Posteriormente, el argumento hace algún giro de efecto, pero no tarda en reaparecer Malamadre, individuo de voz cavernosa y aspecto intimidante, para clavar su mirada en la platea de nuevo y que volvamos a la cruda realidad del terror.

En el reparto sobresale un Tosar magistral en el tremendo personaje que encarna, no sólo por cómo lo interpreta, sino por cómo logra que el público en la sala, la sociedad libre, consiga ver al ser humano que hay en todo recluso; Tosar cuenta muchas cosas sorprendentes con sus gestos, con su mirada, con sus movimientos y con la voz de un personaje que podía ser la de un guerrero astuto y brutal que también es capaz de generosidad y comprensión. Acompañan actores de los muy buenos como Alberto Ammann, Antonio Resines, Carlos Bardem, Marta Etura o Vicente Romero, entre otros.

Excelente la música envolvente de Roque Baños, fotografía buena de Carles Gusi y una puesta en escena realista, visceral, directa y descarnada. Monzón trabaja con maestría las constantes del género carcelario (espacios cerrados, rostros cicatrizados, violencia desatada, rivalidad homoerótica), sin renunciar a la denominación de origen; y una visión que aspira a ser universal.

Una narración tensa y compleja sobre un motín en la que hay fuerza, suspense, desasosiego y veracidad. Filme que perdura en el recuerdo. Como dice Boyero: “Tiene muchísimo mérito el control de Daniel Monzón sobre todos los elementos, el admirable giro que se produce en la historia, la credibilidad que desprenden personajes, diálogos y situaciones, un reparto muy sabio en el que algunos de esos presos parecen interpretarse a sí mismos, la factura, el ritmo, la violencia y la sutileza que caracterizan a los grandes títulos del género”.

Historia que hace de cada minuto un hervidero de buenas ideas llevadas con pulso y tenacidad, haciendo que en esta cinta no se apague la llama que la mantiene encendida, en ningún momento, para continuar in crescendo, dejando temas candentes sobre la mesa y algo de crítica social, para culminar en un final que estalla en las propias narices de un sorprendido espectador.