Siempre consideré los ríos como algo digno de disfrutar, algo que nadie debía controlar, un remanso de libertad en el que poder estar, incluso vivir. Sin embargo, a veces me entristece observar las orillas de este río.

La bella imagen de las barcas meciéndose contrasta con los restos de embarcaciones viejas y abandonadas que se van pudriendo y fundiéndose con el propio río, pasando, con el tiempo, a formar parte de él. Cuando la marea baja, observo los esqueletos, en diferentes estados, según el tiempo, afeando la imagen del río.

Supongo que cada abandono tendrá su historia y su explicación, a veces faltaran sus dueños, a veces simplemente se abandonó, y en otras ocasiones es la misma dejadez e incivismo que a veces impera en la ciudad. Supongo que casi nadie se ha preocupado de ello, pero realmente creo que pude ser un problema mayor.

Desde el más absoluto respeto a quien prefiere usar el río a pagar un pantalán, me pregunto qué ocurriría si todos decidiéramos hacer lo mismo. Aún así, lo peor no es ese uso incontrolado y respetable, lo peor es el abandono en la orillas del río. Supongo que alguna autoridad se deberá encargar de ello, pero en ocasiones, el problema es tan ínfimo, que es preferible mirar para otro lado. En otras ocasiones, a quien acudir a reclamar.

Partiendo de que no es un problema, y teniendo en cuenta que a veces es agradable ver esas barquitas amarradas a los pilotes, al menos sus dueños deberían dar un final digno a sus desechos, retirando de las orillas las embarcaciones que ya no sirven.

De todos modos, poco a poco, me voy dando cuenta de cómo funcionan las cosas. Exigimos, exigimos, pero somos incapaces de mostrar un mínimo de respeto. Cada uno en la parte que le toca, sin darnos cuenta, lloramos mucho por el estado de la ciudad, y después tiramos el clínex al suelo, para que el que viene detrás se lamente y llore por el estado de la ciudad.

En fin, a veces es mejor callarse para no ofender a nadie, pero los restos de barcas pudriéndose al sol no es imagen agradable.