A veces me pregunto por qué el ser humano es tan inepto, pues, con un simple vistazo a la ciudad, hasta el más pueril de los sujetos puede darse cuenta de que deambulamos por una ciudad parecida a la capital del apocalipsis.

La suciedad campa a sus anchas, los mendigos abarrotan cada esquina, y las ruinas abundan por doquier, paseando por la calle Luna, ya sea mirando el río, o la espadaña de la Prioral, pues, aunque sea basílica menor, a mi edad, seguirá siendo la Prioral, los cascotes y calichas de las fachadas te obligan a pasear esquivando cascotes. Por eso, no solo me sorprende, sino que pienso en la locura, pues de eso ha de tratarse, de quienes tiran el dinero viniéndose a vivir a dicha calle de la ruina.

En menos de un año, y a pesar de los abnegados sacrificios de quienes lloran cada día, y que yo sepa, no por habérmelo contado, sino por verlo cada día, la farmacia de los Prada, no solo se restauró, sino que el magnífico trabajo fue objeto de admiración, integrando las viejas columnas con el moderno cristal y creando un entorno casi mágico. Bajando aun más, y mientras termino de comprar en la Giralda, un matrimonio de paracaidistas, termino harto definido en esta ciudad por ilustres paisanos, abren la puerta del edificio que hace esquina con el que fuera Teatro Principal, locos recién incorporados al vecindario. Y ahí no acaba la cosa, pues lo que fueran sedes de bancos independentistas, aunque el dinero no tenga bandera, abren sus puertas otras dos familias que al parecer tienen problemas nasales, y a pesar del hedor del centro, se instalan y cuidan de esas ruinas.



Pero, y ahora sí, pues es solo un comentario, las malas lenguas dicen que el viejo estudio de Pielfort, luego cafetería coqueta, ya está pendiente de remoción y nueva ocupación por otra familia. La antigua Argentina ahora mira a oriente, y, al menos, su fachada, parece relucir de nuevo. El tramo que llega a Larga es como otro mundo en donde se van adecentando fachadas, y las Tejas caídas del Xixon, ahora parece que son más dulces.

Cómo es posible tanta locura, cómo es posible que gente, al parecer normal, decida vivir en las cavernas de una ciudad abandonada, cómo osan adecentar casas y fachadas de una ciudad, que, a los ojos de algunos, se hunde y está más cercana al viejo Belchite que a la hermosa Barcelona, ciudad ejemplo de lo que el buen gobierno puede hacer.

Yo, que, si el destino no juega conmigo, también me sumo a la locura, y a pesar de que alguna mañana me encuentre con una bolsa de Mercadona paseando, o vea un alcorque parecido a Jumanji, a pesar de que aparezca frente a  mi casapuerta una mierda de perro, podré arrugar la nariz, pero jamás decir que vivo en un vertedero.

Bienvenidos a todos los que hacen lo que les viene en gana, que piensan por sí mismos, y que, sobre todo, disfrutan de salir por la mañana a tomarse un café en Los Pepes y una copa en Obregón.