A veces sobran las palabras, precisamente porque faltan. Los elogios, a veces son a destiempo e innecesarios.

Las lágrimas, las lágrimas no buscadas y que buscan el recuerdo, sinceras, y su historia, su vida, sus momentos, sus ideas y su ser, tan grande y extenso que aburrirá al más querido lector. Sin embargo, me quedo con un comentario, comentario compartido y que resume, brevemente, lo que fue y es. [Fallece el empresario portuense Miguel Sánchez Ivars]

Yo tampoco era su amigo del alma, amigo a secas, tampoco compartimos ni afición, la del Cádiz, ni tipo, que cada año en estos meses superaba al anterior, ni profesión, aunque a veces hago fotos, ni empresa, aunque en tiempos si coincidimos, ni llamador, aunque a veces me sigo poniendo el antifaz… aunque su amor por El Puerto sí que nos unía.

Las copas que compartimos, o de frente y separados, o de costero a costero, siempre fueron gratas y amenas, tan amenas que no le recuerdo, como a mi padre, un mal gesto, ni conmigo… ni con nadie.

Por eso, por todo eso, por tantas y tan pocas cosas que nos unían, comparto aquel comentario, porque, como es posible que alguien que pasa por nuestra vida… casi de puntillas pero haciendo infinito ruido, nos puede marcar tanto, como es posible que con el simple comentario los ojos nos brillen, nos brillen hasta el punto de sentir vergüenza al notar que tenemos que hacer un amago de rascarnos el ojo para evitar que él se nos deslice por la mejilla.

La explicación es sencilla, porque cuando te hablaba, tanto en serio como en broma lo hacía de corazón, porque cuando te escuchaba, aunque le contabas una chorrada, lo hacía desde el alma, y te transmitía que no hablabas solo, porque hasta para marcharse lo hizo con clase, y el destino nos brindó el guiño de que aún había esperanza, de que aún Miguel, podía ser Miguel Surrexi. Cuida de nosotros que ahora sí que vas a tener buenas vistas para grabar un video de tu Puerto.