Con El viento es salvaje, Las Niñas de Cádiz, (mujeres, hasta cuatro, gaditanas, y de Teatro con mayúsculas), han querido asociar este inspirador meteoro (¿qué poeta no sublima al viento?) a los instintos, por causa de cuyas pasiones, las más de las veces violentas, cristalizaron en la Grecia clásica las tragedias…

En El viento es salvaje, la puesta en escena, imbricando asuntos procaces como el de Fedra y el de la venganza “heroica” de Medea, se adereza, y sale al paso con soltura, con variados recursos culturales de origen andaluz: poesía popular (se cita oportunamente a Pemán); el teatro lorquiano (Juan de Dios, el marido de Vero, declama con esa la bronca rigidez intransigente del actor Juan Diego en la feliz adaptación que se hizo para el cine de Yerma); el Carnaval de Cádiz, muy en especial su punzante expresión chirigotera; la actualidad del día a día de la gente corriente en la provincia (trabajo, los autónomos, la gestoría, los canarios, la play…), y narrado todo ello con unos versos muy redondos, tanto en forma como en contenido…

Hay también un regodeo de lo macabro, como una descripción escalonada y grotesca de accidentes que parece parodiar una vida sin Dios regida por el infortunio, que es nota común en el paganismo.

Y hay además, en el deseo sexual descrito por Mariola hacia Juandiosito (y ello acaso como proclama de liberación femenina) una asimilación procaz de la pasión de la Fedra de Eurípides por Hipólito, que, estando en claro contraste con el papel de peleles de los hombres (padre e hijo luchan a muerte por Mariola) en la obra, resulta todo ello, por poco natural, forzada.

Terminando, las Niñas de Cádiz, han obtenido, con incuestionable merecimiento, el vuelco incondicional del público, con su El viento es salvaje, poniendo el listón muy alto para el resto de comedias que forman parte de esta nueva edición del Festival de Teatro Pedro Muñoz Seca.