En ocasiones, la magia, la locura, lo raro, lo nunca visto, es solo cuestión de carácter. A mis años, y en mi actual situación, sin nadie que pueda decirme qué hacer o no hacer, en ocasiones la locura o las locas ideas, que nadie en su sano juicio llevaría a cabo, me ofrecen imágenes únicas e ideales.

Como cada mañana, casi con el sol terminando de salir, me encaminé hacia el río, el agua, ni me asusta ni me impide avanzar, las gotas, van cayendo frente a mí, algunas, me salpican el rostro, pero la ropa impermeable me mantiene seco.

Nunca se conoció que nadie muriese bajo la lluvia, es más, limpiaba el aire, y mis ideas. El río ya se me ofrecía a la vista, y al llegar a la barandilla, fría y húmeda, me apoyé en ella, no podía apartar la vista de la marea casi llena, el río, sin apenas rocas a la vista era una superficie acogedora y limpia, y sobre él, cientos de diminutos dibujos escribían sobre sus aguas una canción.



El sordo repiqueteo del agua me relajaba, y me atraía. Poco a poco mi vista buscó el recodo del río, recorrí la otra banda con la mirada, dejé atrás las aguas que limpiaban el muelle del vapor y busqué los barcos refugiados en los pantalanes.

El río, en su soledad, me hablaba, me contaba una historia de navegantes y pescadores. El río me ofreció su tristeza, la tristeza de su propia tranquilidad, lejos de aquellos años de olas encontradas por el ir y venir de quienes salían o entraban por su cauce. Me quiso mostrar su lecho, placido descanso de cientos de historias, y al final, como sin quererlo, noté como lloraba. Unas lagrimas secas, ocultas por la lluvia, pues nunca fue un llanto más anónimo aquel que se oculta y confunde con la lluvia.

Me aparté de la barandilla y lo acompañé hasta que se fue perdiendo en la bahía, en silencio, confundiéndose con su cielo al que miles de gotas lo unían. Nunca sabré si sus lágrimas eran por el recuerdo de un pasado más glorioso, si las mismas eran por alguno de sus recuerdos, o si la felicidad por lo vivido y lo que vivía eran las que le hacían llorar. Solo sé, al mirarlo, que cuando el río llora, pocos se dan cuenta.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias. [Lee aquí los anteriores capítulos]