El Puerto vive, como toda España, momentos convulsos, inciertos, pandémicos. El tono de humor a veces deja paso a la pena, y aun así, en muchísimas ocasiones, la ilógica irresponsabilidad de todos, deja patente la ilustrada forma de pensar de a quienes afecta.
Lejos de lo que cada cual piense, nos enfrenamos a restricciones de reunión combinadas con aperturas de aulas con más de veinticinco niños. Cerramos centros de ocio nocturno pero los supermercados cierran a las diez y abren los domingos. Se nos imponen modelos europeos de conducta, con almuerzos y cenas a horas que nos darían risa, pero en los bancos se nos obliga a hacer colas que nada tienen de la eficacia europea. Pero de todo, lo que más raya la irresponsabilidad es tener que admitir que se nos confine, que se restrinjan derechos de reunión, de movilidad, y aun siendo en nombre de la salud, algunos incluso aplauden la medida.
La pregunta es, cómo puede el alcalde de un pueblo confinar a sus ciudadanos, cómo puede impedirles salir a la calle, reunirse. Con que autoridad decreta el cierre de comercios y locales. Si nos paramos a pensar, no es solo una aberración jurídica, no es solo un pisotear derechos y libertades, es más bien un chiste malo que nada tiene que ver con la pandemia. Algo tan absurdo propio de Amanece que no es poco. Medidas de un surrealismo cutre y casposo teñido de una falsa responsabilidad ante la pandemia, una pandemia gestionada no ya por un gobierno central, no ya por diecisiete gobiernos autonómicos, ni por unidades provinciales.
Ahora hemos pasado a alcaldes populistas que se auto confinan en respuesta a la demanda de situaciones pandémicas. Supongo que el siguiente paso puede ser la creación de milicias populares para que, armados, obliguen al cumplimiento de los decretos municipales. El Puerto, dentro de la gravedad de toda pandemia, esperemos que no pierda el norte o el sentido común…