Las idas y venidas sobre el uso de la mascarilla producen sobre todo, inseguridad. Opinar sobre su uso u obligatoriedad no nos corresponde a quienes debemos usarlas, les corresponde a quienes siendo epidemiólogos estudien sus beneficios y necesidades.

Cuando alguien, que, sin serlo, pero diciendo que alguien desconocido aconseja su uso, crea suspicacia. Aún más incertidumbre se crea cuando en lo más voraz de la pandemia, y con sanitarios sin poder usarlas, se aconsejó su uso, pero no fue obligatoria.

Ello nos lleva a pensar que, si en pleno pico de la pandemia no eran necesarias, ahora que remite la virulencia, por qué si son imprescindibles. En su momento la carencia de ellas, la elaboración casera, la solidaridad su incorporación a la vida cotidiana hicieron de ella las protagonistas.

Los sanitarios, que en situaciones normales, las usan en quirófanos, o con pacientes inmunodeprimidos a los que deban proteger, y siendo de un solo uso, se vieron obligados a racionar las mismas entre el personal, en momentos en el que su uso debía ser para todas las situaciones.

En la calle, hemos visto mas mascarillas protege barbillas que mascarillas sensatas. Narices fuera, mascarillas de quita y pon sin seguridad alguna. Y en todo este maremágnum, nos encontramos con que, y sin garantizar que se nos las entreguen de forma gratuita, y aun con carencia en hospitales, a los que incluso han suministrado algunas caducadas, piensan hacer, ahora, su uso como obligatorio.

Se supone que rectificarán, como ocurre normalmente, a no ser que exista algún interés oculto, porque, visto lo visto, con la escasa transparencia, con rectificaciones constantes, con teorías que cambian cada día, la seguridad de lo que ocurrirá es un misterio.

De todo ello la única conclusión objetiva es que las mismas, son imprescindibles para los sanitarios (como siempre ha sido), que cualquier persona puede usarla si es esa su voluntad y se siente más seguro, y que caso de que sea obligatorio su uso… será un caos, pues algunos la usarán erróneamente, darán a las fuerzas de seguridad del estado más trabajo y generarán una vez más un clima de YO SOY LA LEY, que ya nos ha dejado ejemplos tan absurdos como no permitir los baños en las playas por motivos que aún estamos intentando comprender.