Si poco podía sospechar el Maestro Josef de Valdivieso, en la aprobación de la Segunda parte de don Quijote, donde, en alabanza de Cervantes, escribió: "el acertado asunto en que pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buena diligencia mañosamente ha limpiado la contagiosa dolencia a estos reinos..."; si poco podía sospechar, digo, la enorme importancia posterior, y decisiva, que como género literario tendrían dichos libros de caballerías en la Literatura Universal, ¿sería acertado reprobar a cuantos, sin ser expertos ni especialistas sobre el mal de locura que se presume a don Quijote, al aportar sus propias reflexiones, están expuestos a errores como aquellos especialistas en sus medidas sanitarias, sólo que cada cual en su proporción? Sí, cada cual en su proporción. Lo que no quita que, en determinadas circunstancias complicadas, siendo esta dicha proporción para cada cual la misma, sea, si se compara con otros, exponencialmente desigual...

Y exponencialmente desigual -si se nos permite el disparate-  se nos plantea el futuro, se ponga España en manos de expertos, de Europa, o de cualquier cosa que, -como cabría esperar-, le fuera de provecho, si se la compara con el retorno de aquella Edad de Oro de que habló don Quijote a los cabreros, cuando, acabado de cenar alrededor del fuego y bajo la noche estrellada, tomando unas bellotas en la mano, dijo:

"Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombres de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.