El no dar nada al mendigo me resulto más que satisfactorio, eso sí, ni fácil ni gratuito, porque aún me dolía el hombro después del empujón que me dio el indolente cuando le dije en mi español afectado que no pensaba darle nada. [“Capítulo I. El desembarco”]

Poniéndome sus barbas a una distancia que me permitía sentir nauseas comenzó a increparme, supongo que al ver que no era de allí intentó intimidarme, de forma respetuosamente maleducada. Aún me sorprende cómo es posible que te traten de señor y te adviertan que te tratan con respeto mientras intentan atracarte o intimidarte.

Al apartarlo vino el manotazo, menos mal que una patrulla de Policías Nacionales estaba aparcando y el sujeto desistió. Una vez libré me encaminé en busca de alojamiento, mi afán de aventura me impedía programar donde me quedaría, y ayudado por el buscador del móvil observé que en las inmediaciones de la estación había tres hoteles. Señal de que no tendría problemas, y sabiendo que el centro de la ciudad era la zona del mercado y la Bajamar, decidí andar hasta el centro, seguramente aquella zona estaría plagada de hoteles y pensiones.

Me apetecía pasear, observar mi nuevo hogar, pero la noche caía rápidamente. Para evitar problemas con otros aficionados a lo ajeno, enfilé lo que me pareció una avenida principal llena de árboles hasta llegar a la calle que llamaban de Larga.

Antes de abandonar la avenida que tenía frente a mí, y que era la más corta que conocería nunca, me asaltaron dos señoritas morenas, las cuales amablemente me ofrecieron unos servicios que era mejor desechar y olvidar.

Caminé por la calle, que sí era larga dejando atrás uno de los hoteles, que me pareció demasiado lujoso. Observé que había otro establecimiento no sé si de hoteles o apartahotel, y cuando ya me hice a la idea de que no tendría problemas me tope con el caos, el móvil se había vuelto loco y esparcidos había casi ningún alojamiento.

Llegué al mercado, y encontré un hotel que me pareció bastante histórico, pero lleno, y de allí me mandaron a la cárcel, o al menos así llamó a la plaza donde se encontraba otro hotel. No tardé mucho en llegar, y recorrí unas calles vacías de una ciudad fantasma, a pesar de que solo eran las siete de la tarde y jueves. Y yo que pensaba que una ciudad como aquella estaría llena de hoteles, de luces, de bares, de gente, de actividad. Pero nada más lejos de mi triste ilusión. Vi adoquines llenos de tristeza, comercios cerrados, y pocos jóvenes entorno a una biblioteca que debía bullir de actividad.

Llegué al hotel -antigua cárcel de la ciudad según me informó la Wikipedia tras rápida consulta- donde me alojaría de forma más que posible. Cuál no sería mi sorpresa cuando me dijeron que estaban completos, noviembre, jueves y completo. Pero dónde había tanta gente. Mi cara de cansancio, y esa mirada del gato de Shrek debieron causar impacto. Invitándome a tomar algo en el bar, me dijeron que esperase un momento, a ver si podían hacer algo… y allí esperé.