Ana Rizo, licenciada en Historia.

Ana Rizo, licenciada en Historia.

Ana Rizo Velázquez (Tribuna libre).- Una de las preguntas que más veces contesto diariamente no es otra qué “y esto, ¿para qué sirve?”. Quizás sea una de las grandes cuestiones con las que nos enfrentamos la mayoría de las personas que a día de hoy nos dedicamos a la educación. Todo debe ser “útil”, y esa “utilidad” pasa por encima de valores y sentimientos, que muchas veces parecemos olvidar. Es difícil explicar que no todo tiene una utilidad visual, no todo es concreto, también existe lo abstracto, he ahí Platón y su mundo inteligible; todo aquello que no podemos ver ni tocar, pero que sin duda suma más a nuestras vidas que todo aquello que ocupa un lugar, un espacio.

El conocimiento, la razón, la experiencia, la cultura; son términos que cobran fuerza cuando están unidos, cobijados y custodiados en un mismo cajón; pero siempre expuestos para quién quiera aprender de ellos, estudiarlos y trasmitir su conocimiento.

Sin embargo, ¿qué ocurre cuando ese conocimiento no tiene conexión, cuándo está inconcluso, alejado de todo lo que le complementa? Podríamos decir que no tenemos nada, solo piezas sueltas, sin sentido ni forma; carece de custodia nadie vela por ellos, su valor se pierde, se hace insignificante, desaparece.

Es difícil valorar y querer lo que no se ve, lo que no se toca, de ahí la complejidad de dar respuesta a la pregunta con qué iniciamos este texto; pese a ello lo intento y la única forma que hayo no es otra que por medio de la cultura, nuestra cultura; nuestra forma de vida, y la de nuestros antepasados, que lógicamente conforman la que tenemos hoy.

A veces pienso, que libro una batalla perdida en nuestra ciudad El Puerto de Santa María, es luchar contra un Titán. La palabra “cultura” en muchas ocasiones asusta, responsabiliza y crea la necesidad de conocer, lo que te gusta y lo que no te gusta. No siempre da frutos rápidamente ni son los más llamativos ni vistosos; por ello quizás, no es el sector al que más importancia se le da, puesto que mal gestionado es el que menos frutos aporta económicamente hablando aquí en nuestra ciudad, en nuestro Puerto; pero el que puede ser la base de una sociedad mejorada. Nadie quiere custodiar sus piezas sueltas y desencajadas, nadie quiere hacerse cargo de esas cajitas que contienen apenas varios retazos del pasado y que no traen más que problemas para saber cómo encajarlas. Pues bien, así entiendo nuestro panorama cultural, el panorama cultural portuense, muchas cajas, piezas sueltas y poco orden, que impiden consolidar, restaurar, poner en valor, defender y disfrutar de nuestro enorme patrimonio. Intentamos buscar nuevas cajas, cada vez más grandes y llamativas, les cambiamos el nombre, movemos piezas de un lado a otro; pero el desorden es el mismo. Al final siempre tenemos el mismo resultado visto desde fuera, ¿por qué? ¿para qué? ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? Y sobre todo “Esto, ¿para qué sirve?”.