Ningún comienzo es sencillo, los problemas, las dudas, las zancadillas, todo aporta y entorpece, y, sobre todo, nunca ser el último ha sido fácil, pero poco a poco, año a año, chicotá a chicotá,  han llegado a los cincuenta años.

Era yo muy pequeño, pero recuerdo aquellos primeros pasos. La ciudad necesitaba de esa iconografía, cercana a los niños, y en muchos otras poblaciones vinculada a los colegios de la Salle, sin embargo, sería en aquella parroquia,  nueva como ella, en donde germinaría la semilla, y la que acogería como Hermandad, eran otros tiempos, otras necesidades, y sobre todo, otros aires.

Muchos mirarían con recelo tanta beatería que pensaban iría desapareciendo, otros se rieron y no apostaron nada por ella, y otros, simplemente, los ignoraron, pero salieron adelante, sin la cantera propia que da el respaldo de algún colegio, con pocos, y poco a poco fue creciendo, tanto que nadie recuerda ni de donde salieron.



Aprendieron a andar, siendo envidia de algunos, admirados y respetados, un respeto que se ganaron a base de tesón y seriedad, y sobre todo, muchísimo trabajo, algunas veces, excesivo, con excesivo esfuerzo ante calamidades inesperadas.

Cincuenta años dan no solo sitio, sino historia, mucha historia, y no me cabe duda de que la historia irá engrandeciendo, aún mas, a una hermandad, la hermana pequeña, que ahora puede codearse con alguna que otra centenaria.

Resulta curioso que cuando se fundó, algunas hermandades apenas llegaban a los veinticinco años y su llegada supuso como un salir de ese último puesto en el escalafón. En estos tiempos esas mentalidades han desaparecido, y el fin común une a todas en un mismo camino, el mismo que siempre debió ser.

Y llegaron sus cincuenta años, su barrio se vistió de gala, los titulares pisaron la calle, y hoy, comienzan la nueva tarea de seguir cumpliendo años y deleitándonos con su estación de penitencia, con su particular rachear y su señorío. Siempre seguirá siendo la hermandad de los niños,  la hermandad de esa eterna juventud que peina canas, la alegría de una Semana Grande que anuncia la llegada y el principio de todo.

Gracias por estos cincuenta años, felicidades por vuestro ejemplo, enhorabuena por haberlo sabido hacer, y suerte, mucha suerte en los tiempos venideros. Hoy más que nunca, después de todos estos años, me enorgullece veros cada Domingo de Ramos, a sabiendas de que, para vosotros, cada Domingo, es un Aleluya.