En El crepúsculo de los Dioses (1950), una actriz está fuera del cine por culpa del nacimiento del cine sonoro; Cantando bajo la lluvia (1952), es un musical que es comedia romántica que habla del tránsito del cine mudo al sonoro, que narra con ironía este proceso; Dowton abbey: una nueva era (2020), es una película que se desarrolla en una aristocrática mansión donde se rueda una película (es lo que suele denominarse “cine dentro del cine”) en el momento en que Hollywood pasaba precipitadamente al sonoro; una de las dueñas de la casa se aviene a doblar a la actriz principal que, por más que es muy bonita, es incapaz de declamar su papel ante la cámara.
El paso del mudo al sonoro fue el resultado de una decisión del cine norteamericano y de la compañía Warner Bros, con su patente Vitaphone; eso fue lo que abrió la veda al sonido. Pero también la depresión económica de 1929 y la necesitad de vitalizar la industria cinematográfica, la que promovió en un tiempo récord que las compañías americanas acordaran unificar los sistemas de reproducción sonora de los equipos de proyección.
En el cine, para su rentabilidad, tiene que haber una conjunción entre artistas e industria. Y esta operación de cambio “mudo-sonoro” revitalizó la industria en un momento crítico. De no haberse producido este acuerdo y en aquel tiempo de trance, la disputa habría continuado durante años retrasando esta modernización, lo cual urgía.
A propósito del tema hablo hoy de Babylon (2022), de D. Chazelle; y The artist (2011), de M. Hazanavicius.
BABYLON (2022). Epopeya llena de ímpetu, de potentes imágenes y escenografía sensacional. Con esta obra Damien Chazelle regresa a ese mundo cinematográfico del oropel donde hizo su gran avance con La La Land, ganadora del Oscar en 2016. En este caso trata sobre el caos y el exceso de la era muda de Hollywood en la década de 1920, un tema que aborda de forma estridente, caótica y excesiva. Escandalosas escenas de fiestas orgiásticas, con tomas aéreas que muestran a las mujeres exultantes y desnudas surfeando boca arriba
Estamos ante una gran película y todo un tributo al cine. El “Hollywood mudo”, con sus estrellas, fiestas fastuosas y transgresoras, el advenimiento del sonoro y cómo, muchas de las estrellas del cine silente, productoras e industria en general, caen estrepitosamente cuando el cine dialogado hace su aparición.
Este último trabajo de Damien Chazelle es ambicioso y enorme, incluso irresistible. Por entero una película descomunal, extravagante, salvaje, un peliculón. Como decía trata del Hollywood de la orgía festiva y creativa de unos aventureros que habían inventado el cine y estaban en los trámites previos a “destruirlo” con la llegada del sonido a la pantalla, para a renglón seguido, reconstruirlo ya en otro formato.
Varios personajes se arremolinan en la locura de la película: Brad Pitt interpreta a Jack Conrad, un apuesto protagonista casado, divorciado y vuelto a casar, entrando en la madurez, cuya carrera está en declive; oculta su aburrimiento alcohólico con una apariencia de gentil suavidad. Li Jun Li es elegante y carismática en el papel de Lady Fay Zhu, una cantante de club gay y un andar y maneras felinas muy sugerentes. Jovan Adepo es Sidney Palmer, un brillante trompetista de jazz afroamericano a quien finalmente se le da un tiempo en pantalla en el cine sonoro, a expensas de la humillación racista que hace que le pinten la cara con betún negro ("cara negra").
También tenemos a Margot Robbie interpretando a Nellie LaRoy, una chica espabilada que, viniendo de lo más bajo, pero con un ímpetu y un talento imparables, logra meter la cabeza en un set de rodaje e incluso hacerse conocida entre el público; es decir, impresiona con su habilidad para llorar en el momento justo, pero necesita algunas lecciones de alocución de Elinor St John (Jean Smart), una bromista británica altiva e inaguantable. Y Diego Calva, que interpreta a Manny Torres, el muchacho mexicano deslumbrado por el cine que consigue un trabajo en una filmación, un don nadie, un chico para todo que sube en la cadena del estudio, finge ser español para evitar la intolerancia antimexicana y está secretamente enamorado de Nellie.
Película elefantíaca y enorme (más de tres horas), como el elefante que finalmente introducen en una gran fiesta. Aunque sólo muestre parcialmente el universo que trata, sin embargo, el guion del propio Chazelle dosifica con ingenio aspectos capitales, como pueden ser el milagro de ser actor e interpretar a lo Roobie un personaje dentro de la película y su capacidad de producir lágrimas, una, dos, las que le pidan; o un Pitt borracho que al sonido de la palabra “¡acción!” borda con gran estilo y pasión uno de esos besos fin de película.
Damien Chazelle asume lo extraordinario de un trabajo que muestra las dificultades de cualquier rodaje, la exigida vida de los hombres y mujeres del celuloide (agitados e impelidos al consumo de alcohol y otras drogas), el enigma de mantener el tipo en las peores circunstancias y el milagro de las oportunidades que podían darse en aquellos rodajes tan improvisados como pedestres.
En el reparto sobresalen Margot Robbie y Brad Pitt que no solo se saben las estrellas más brillantes del firmamento, sino que dejan claro que han disfrutado de la experiencia, sin olvidar a un estupendo Diego Calva, inmejorable en su rol de hombre auto-hecho en un mundo que no es de mejicanos.
“Babylon” es la prueba fehaciente de que el cine es un arte superior capaz de sobrevivir a todas las tormentas. Ojalá.
THE ARTIST (2011). La película se sitúa en el Hollywood de 1927, cuando aún imperaba el cine mudo. En la historia, George Valentin es un actor reconocido de este tipo de cine. Pero como ya he apuntado, el cine dio un giro de ciento ochenta grados con el advenimiento del sonoro y las escenas dialogadas.
Película dirigida por Michel Hazanavicius magistralmente, siguiendo el estilo del cine mudo, con un guion del propio Hazanavicius, quien confecciona una historia sobre la fama, los cambios en la Historia del cine y sobre todo, una historia de amor.
La música de Ludovic Bource es invalorable y libre, tan libre que incluye la hermosa banda sonora que Bernard Herrmann compuso para «Vértigo» de Hitchcock. Junto a la música, una fotografía en blanco y negro refulgente de Guillaume Schiffman. La puesta en escena es acertadísima igualmente.
El reparto es de auténtico lujo con un Jean Dujardin auténticamente brillante, con la contraparte de una Bérenice Bermejo maravillosa y plena; James Cromwell magnífico como chófer y mayordomo; John Goodman muy bien; y acompaña un elenco de lujo con Penelope Ann Miller, Missi Pyle, Malcolm McDowell o Joel Murray.
En el film, rodado al modo silente, se refleja con gran cariño el espíritu de los años veinte y el estilo de sus películas. Y lo hace con una historia muy buena, fidedigna y creíble de lo que tuvo que ser aquella época dorada y el duro trance por el que tuvieron que atravesar muchas de sus glorias, para poder adaptarse a los nuevos tiempos. Otros quedarían estancados y fuera de juego.
Hay en The artist todo lo que nos motiva a ir al cine: auténtica acción, risas y buen humor, también melancolía y lágrimas, amor, mucho amor y sobre todo, la oportunidad que su director Michel Hazanavicius nos ofrece para viajar atrás en el tiempo y perdernos por mundos desconocidos. Esta película es una pieza pura y cautivadora que a nadie con buen gusto va a dejar impasible.
Filme que nos sorprende, entre otras, porque rompe el tópico de que el cine mudo y en blanco y negro es aburrido. Nada más lejos de esta maravilla y su derroche de entretenimiento y emociones a flor de piel. Y un hilván de “gags” muy pero que muy graciosos. Y es que su director recrea el imaginario, extraído de forma directa del cine mudo.
Sin engañifas ni ligereza, Hazanavicius levanta sobre su sabiduría cinematográfica una tragedia que tiene de todo: al principio las risas de un rey del cine (guapo, vital, elegante); luego el ocaso; le siguen el fracaso, el alcohol, la ruina y finalmente la felicidad del encuentro con una enamorada que lo sana (la “cura por amor” de la que hablara Sigmund Freud).
Un homenaje al cine mudo, con abundantes dosis de humor y el hechizo necesario para agradar a la generalidad del público. Incluso, en ese mundo mudo cabe un final en el que el sonido sale de los zapatos de claqué de él y de ella que bailan al unísono. Un final hermoso de película animosa, vital y de una alegría contagiosa.