José Rodríguez Blanco, más conocido en El Puerto por sus allegados y familiares como Pepe ‘Jamón’, recibirá este domingo el reconocimiento al marinero y familia en su edición de 2022 y que otorga la Hermandad del Carmen.

El acto tendrá lugar en la parroquia del Carmen y San Marcos, en la eucaristía de las 13.00 horas, seguido de un almuerzo en su honor en la Bodega del Club de Rugby.

Su dilatada trayectoria en el mar, desde que comenzara como marinero en el primer barco en el que le dieron una oportunidad, con 13 años, hasta que se jubilara con 58 años, debido a los conflictos geopolíticos con Marruecos, que dificultaban la pesca en estos caladeros, tan ricos y que tanto producto aportaban a las flotas gaditanas y onubenses, además de numerosos puestos de trabajo en un sector fundamental para la economía portuense, le han valido el reconocimiento de la hermandad de los marineros.

Sus comienzos en el sector de la pesca surgieron por necesidad. En su casa, como bien relata a El Puerto Actualidad, su padre era el único que trabajaba, siendo familia numerosa. José tenía siete hermanos, en total eran cuatro chicos y cuatro chicas, y había que arrimar el hombro para poder sustentar  su familia.



A pesar de que sus padres no querían que se enrolara en alta mar, su padre le dio un permiso para que, a la corta edad de 13 años, comenzara su aventura en el barco alicantino Rosa María Marcos, conocido como ‘La Borriquita’. Allí convivió con su padre, que era el cocinero de la plantilla, y su tío, que era el patrón de pesca. Con 24 años comenzó su andadura como patrón de pesca. El primer barco en el que se estrenó como patrón fue ‘El viudo’.

Además, José Blanco recuerda lo complicado que era entonces antes gestionar un barco, puesto que no había tecnologías como radar o satélite, como ocurre en la actualidad. “Antes solo teníamos el cabeza a vista. Si había niebla cuando salíamos de Cádiz no sabíamos ni dónde estábamos”, explica.

Por otro lado, confiesa que no le gustaba el oficio, pero cuando siendo un adolescente dejó la escuela, “siendo casi analfabeto, no sabía qué quería ser”, y el hecho de que su familia se dedicara a la pesca, le sirvió para decidirse y poder ayudar a su familia. Reconoce que es una profesión dura y complicada, por lo que agradece que ninguno de sus cuatro hijos se quisiera dedicar a ello. “Demasiados golpes de mar he sufrido yo, para que ellos lo tuvieran que pasar también. Me acuerdo de un barco de Punta Umbría en el que estuve de patrón y un golpe de mar hizo que el agua se llevara la puerta del puente”.

De hecho, admite divertido que a sus hijos “no les gusta ni el pescado. Cuando yo traía a casa la parte de la captura que me correspondía, mi mujer lo tenía que repartir porque en casa no se comía”.

La saca de sus anécdotas está llena. Y aunque en su memoria resurgen las más complicadas, también confiesa que las ha habido buenas, porque el compañerismo en una flota pesquera es fundamental, y los días e incluso semanas que se pasan en alta mar hacen que los compañeros se conviertan en familia.

Ha sufrido la pérdida de compañeros y amigos, engullidos por el mar. “He visto cómo se caía gente al agua, sin poder rescatarla, porque los perdíamos de vista y no sabíamos dónde estaban”.  En otra ocasión, yendo de ayudante del propietario de otro barco en el que trabajó, reconoce que “el barco encalló, debido al mal tiempo que hacía un 30 de diciembre, y perdimos a dos personas, el ‘Barriguita’ y ‘Corazón de león’”.

El último barco en el que faenó fue el ‘Casi’ de Punta Umbría. Y no puede decir que lo eche de menos, porque se ha permitido el lujo de “intentar disfrutar de la vida. Hago el almuerzo, para que mi mujer no me regañe, y voy a por mis nietas al colegio. Así son mis mañanas”, admite.