No me da miedo el agua, incluso diría que me apetece pasear bajo ella, pero en esta tierra, pasear con lluvia y viento es todo un reto. Aun así, durante estos días de intensa lluvia, recorrí las calles disfrutando de esos momentos de agua.

Enfundado en mi gabardina y llevando mi Borsalino, comprado en la misma fábrica, dejé que la lluvia me fuera limpiando. El aire, limpio y fresco era agradable, y la limpieza de las calles y la cortina que tenia frente a mí, me hicieron disfrutar de la soledad. En esos momentos uno solo piensa en sí mismo, en sus virtudes y sus defectos, en lo que pensamos y decimos, en lo que callamos, en lo que nos guardamos y deseamos decir.



La ciudad me parece bonita bajo la lluvia, y observo a las cigüeñas que se quedan pétreas sobre la iglesia. Mis pasos me vuelven a llevar hacia el río, y sorteando las vallas, llego a la playa, solitaria y acogedora. Atrás queda el río, vivo en exceso, fundiéndose con el agua, cielo y mar abrazados mientras yo, como espectador silencioso, me fundo con los elementos.

Gozar de días así tiene su húmedo encanto. No son días para el turismo, son íntimos, en donde gozamos de una soledad ruidosa.

En mi retina se confunden los restos del vapor bajo la lluvia, una imagen que solo transmite muerte y soledad, algo que afea el precioso paisaje de la lluvia limpiando las calles. La playa me devuelve a la realidad, y la furia de las olas me dan un atractivo miedo que me invita.

La ciudad, acogedora y solitaria me produce un escalofrío que me llena de vida. Mis pies, hundidos en la arena de la playa me dan seguridad, y viendo las olas comprendo lo duro de la vida en la mar. La furia de la naturaleza, con la salvaje belleza del viento sobre las palmeras no me aterrorizan, y levanto la vista a un cielo oscurecido.

Me quito el sombrero, en todo el sentido de la palabra, dejando que la lluvia empape el escaso cabello que me queda, mi amigo me llama loco, y se negó a salir, pero allí, en medio de la playa, gozo como un niño.

De pronto, el viento parece tomarse un respiro, y un pequeño claro se abre, ha dejado de llover, y el espectáculo, si cabe, es aún más hermoso. Me gusta la lluvia.