[Lee aquí los capítulos anteriores] A veces, a pesar de que me rodea el continuo trasiego del mercado, la ciudad está en silencio, no hay eventos, todos parecen dormir, y mis cafés son tranquilos.

Hoy, con mi bar de siempre cerrado, me acerco calle Luna hacia abajo para tomar churros en la Cervecería El Puerto. Los restos de la limpieza de las calles aún se dejan notar, y pocas personas frecuentan la calle, todos conocidos, todos de casa. Y es que, en ocasiones, la ciudad esta extrañamente tranquila.

Mientras bajamos pensamos en que cercana la Semana Mayor, casi todos los ciudadanos se reservan, los turistas nos dejan descansar, aunque algunos acentos nos hacen ver que en Madrid el 19 de marzo es fiesta, pero son gente tranquila.



No hay lugar para la crítica, pero a mí, ese silencio me asusta, poco a poco me voy metiendo de lleno en la vida de esta ciudad, y sé que la crítica aparecerá por algún lado. Pero estos momentos son buenos para reflexionar, intento ser prudente, pero con los tiempos que corren, no es bueno manifestar mi opinión.

Nunca me gustó hablar mal de nadie, y siento dolor cuando alguien me critica sin motivo. En muchas ocasiones he pensado incluso en contestar personalmente, para dialogar y cambiar impresiones, pero “El Bigotes” se ríe de mi inocencia, al parecer es habitual usar un perfil falso para insultar, criticar, humillar o avergonzar, de forma que no se sepa de donde ha salido esa piedra, y no se le pueda recriminar.

En estos momentos de paz, me da por pensar en ellos, a mí si me merece la pena escucharlos, y siento lástima porque no puedo debatir o explicarles mi punto de vista. Siento impotencia, porque realmente no sé que se pretende con esa actitud, pienso que quien se esconde tras un perfil falso tiene algo que ocultar, algo de que avergonzarse, sino, cuál es el motivo.

Llego a la mesa y pedimos dos cafés, y churros, miro a mi alrededor, y me siento observado por ojos anónimos. Una sensación mala, algo que tras un chiste de mi amigo desaparece, es mejor disfrutar de la paz, y, sobre todo, sentir lástima con quien no quiere o no puede mostrar su rostro para decir lo que piensa.