Irlanda es una región del mundo cuyas características sociales y políticas han inspirado mucho cine. Recuerdo aquí la entrega sobre el conflicto norirlandés.
Coincidiendo con un estreno que se desarrolla en Irlanda, hoy quiero hablar de este y dos importantes obras con tema irlandés: Almas en pena de Inisherin (2022), de M. McDonagh; La hija de Ryan (1971), de D. Lean; y El hombre tranquilo (1952), de J. Ford.
ALMAS EN PENA DE INISHERIN (2022). El dicho “almas en pena” parte de una idea popular referida a gente angustiada, con un bajo estado de ánimo por sus desgraciadas circunstancias de vida y con un penar inconsolable. Es una frase que tiene un sentido compasivo, en absoluto burlón.
En este filme hay almas perdidas, personajes en el límite del hastío. Viven en una isla de ficción de nombre Inishering, a principio de los años ’20 del pasado siglo, una pequeña isla remota en la costa oeste irlandesa con apenas habitantes, la mayoría chismosos, amén de vacas, caballos, asnos, y una panorámica rupestre, verde, playas grises y parroquianos que van o al Pub a medio día y a la tarde a beber sobre todo cerveza, o a la iglesia a misa, pues son católicos en su mayoría. Un panorama no muy alentador.
Está basada la película en una obra teatral escrita por el propio director de esta, Martin McDonagh, dramaturgo consagrado, enraizada en el folclore irlandés y en el territorio del mito y la parábola. Se cuenta la historia de dos personajes que han sido amigos de siempre: Pádraic (Farrell) y Colm (Gleeson).
La cosa se pone difícil e incluso dramática cuando Colm decide poner fin a su amistad con Pádraic de manera abrupta. Cuando Pádraic observa que su amigo no le habla o se cambia de lugar en el Pub para no estar a su lado, queda boquiabierto, además de angustiado y con una mezcla de sorpresa y culpa, pues duda si en algún momento le ha ofendido.
Pero no, lo único que arguye Colm es que está cansado de él y que estando ya en una edad avanzada, desea hacer algo que no sea aguantar su conversación mediocre y aburrida. Pádraic queda desolado, pues su colega, el que da sentido a su existencia, ni responde, ni responderá jamás. Ha decidido dejar de hablarle, no hay vuelta atrás.
Pádraic entra en shock y lo tienen que ayudar emocionalmente su hermana Siobhán y Dominic, un joven corto de entendederas con un padre que lo maltrata que es el policía del pueblo. Pádraic desea arreglar su amistad, pero no recibe más que las negativas. A eso hay que unir que están en un islote en el que no hay prácticamente nadie más con quien departir.
Debido a la insistencia, llegado un punto, Colm le plantea a Pádraic un ultimátum desesperado: si no lo deja en paz se irá cortando los dedos de su mano izquierda. Los acontecimientos se precipitarán con consecuencias dramáticas insólitas.
Este trabajo del director Martin McDonagh es negro, desengañado y demoledor; no queda sino rendirse y reír incluso, aunque sólo sea para no angustiarse. Que los humanos somos de poco fiar, inconstantes y caprichosos es básicamente la idea motriz de McDonagh.
En esta cinta, sus personajes son absolutamente insensatos con una precisión que acaba por retratarnos a todos en nuestra más desnuda humanidad. Por ello la película acaba en tragedia al límite mismo de la carcajada; como que fuera una comedia por pura desesperación de sus personajes. Algo parecido a cuando aparece una carcajada en el cansancio de un velatorio, es decir, cuando ya las cosas no tienen remedio.
Los personajes son rústicos, sencillos, de tozudez montaraz y de honradez próxima a lo absurdo. Entre ellos hay un pecio de melancolía y abatimiento al que el guion, la cámara y la interpretación dan forma entre pedazos de humor negro y drama conmovedor. Lo que ocurre recuerda al teatro del absurdo de Eugéne Ionesco o Samuel Beckett.
Tanto Colin Farrell como Brendan Gleeson invisten a los personajes de sentimientos muy fuertes. Farrell está sensacional escenificando el dolor espiritual por el desprecio que recibe de su amigo, él, un hombre sencillo y de natural bueno, repudiado; Gleeson hace un gran trabajo como hombre depresivo capaz pasar dolor físico extremo como sacrificio para honrar la propia palabra de querer no estar con el amigo (la mutilación como carta de crédito de la palabra dada). Interpretaciones perfectas, muy matizadas, para entender incluso lo ininteligible.
La película dibuja estados de ánimo y desánimo como única vestimenta de vida, lo cual se aprecia en la erosión de los dos personajes, pero también en los que interpretan magistralmente Kerry Condon (la hermana de Pádraic) y el joven Barry Keoghan (hijo cortito del policía local), todos ellos sienten la necesidad de huir de la tediosa cotidianeidad de la isla, como sea.
Buena la música de Carter Burwell y la fotografía de Ben Davis que retrata paisajes de encanto, lo cual, junto a la puesta en escena y el trabajo de McDonagh consiguen una atmósfera muy bien trabada, los ambientes, el trenzado de diálogos entre lo insustancial y lo esencial, todo hace a que se oiga el lamento de esas almas que caminan como por encima de la isla y de la bruma.
En suma, obra austera, a la que no sobra ni una escena ni un solo gesto dramático, y que se muestra rebosante de sustancia, como para hacernos reflexionar: la importancia de la amistad y los peligros de no tomarla en serio, el valor de la bondad frente al de la inteligencia, todo ello con capacidad para emocionarnos profundamente.
LA HIJA DE RYAN (1970). Película de David Lean que cuenta la vida de Charles (Mitchum), un maestro cuarentón y viudo que decide volver a su aldea natal, cerca de Dublín, en la Irlanda de 1916. En el lugar vive Rosy (Miles), una bella joven bien criada y muy distinguida.
Rosy es apasionada y aventurera, pero los jóvenes del pueblo no están a su nivel. Entonces pone sus ojos en el único hombre de cierto nivel, aunque sea mayor que ella: el maestro, Charles, quien le advierte de los riesgos, por su edad. Pero con perseverancia y sus encantos, acaba casándose con él.
Pero Charles no puede seguir el ritmo de su apasionada esposa. La conclusión es que Rosy se enamorará de otro hombre joven, un militar británico que, como tal, es enemigo de las ideas antibritánicas imperantes en la aldea.
Rosy consulta al sacerdote sobre su matrimonio y éste la invita a conformarse, pues tiene un hombre bueno y en buena posición social. Pero Rosy cree que debe haber algo más. E inicia un idilio con el oficial británico, aventura que involucra a los protagonistas de la historia, empezando por su marido. La cosa acabará mal.
Magistral dirección de David Lean que sabe jugar con los ingredientes dramáticos a la perfección. Gran guion de Robert Bolt, que narra el conflicto íntimo de los personajes como el conflicto histórico que enfrenta a Irlanda e Inglaterra.
En el reparto destacan un soberbio Robert Mitchum y una Sarah Miles guapísima y brillante, como alocada muchacha. Muy bien Christopher Jones como militar mutilado. Trevor Howard sensacional como enérgico sacerdote católico. Grande John Mills, en el papel de tonto del pueblo (Oscar).
Película clásica, un melodrama en toda regla, una superproducción con planos extraordinarios para los que el Cinemascope se justifica plenamente. Una lección de cine.
Publicado más extenso en revista ENCADENADOS.
EL HOMBRE TRANQUILO (1952). Extraordinaria película con el sello de John Ford (Oscar) basada en un cuento del escritor irlandés Maurice Walsh. El libreto de Ford y Frank S. Nugent, combina elementos de drama, romance y comedia en las justas dosis para crear una obra equilibrada, bella y deliciosa, con lances de humor que mueven a la carcajada.
Comedia en estado de gracia que transpira el mejor talento de Ford en cada plano. A pesar de su aparente sencillez, llevó años financiarla. Tras su estreno se convirtió en un clásico inmediatamente, filme de una magia irrepetible.
Cuenta la historia de un famoso boxeador estadounidense, Sean Thornton (Wayne) que, por una tragedia profesional, regresa a su Irlanda natal para recuperar su granja y olvidar el tormentoso pasado que le aqueja. Apenas llegar se enamora de Mary Kate Danaher (O'Hara), una mujer de endiablado carácter, hermana de su mayor enemigo en el pintoresco pueblo de Inisfree.
Por las costumbres del pueblo, para conseguirla deberá enfrentarse a asuntos para él nuevos, como la dote de la chica, la pedida de mano a su hermano, quien además se opone a darle a su hermana su dinero y pertenencias, y mil detalles más que a un norteamericano le parecen ridículas, pero que en el pueblo se lo toman muy en serio.
Comedia de las buenas, con un Ford sembrado, unido a unas interpretaciones de alto nivel de John Wayne y Maureen O'Hara, junto a un grupo de secundarios importantes como Barry Fitzgerald, Ward Bond o Victor McLaglen.
La ambientación es maravillosa. La preciosa fotografía de Winton C. Hoch y Archie Stout (Oscar) aprovecha la belleza natural de la campiña y de la costa irlandesa. Magníficas las escenas de acción y un homenaje al pueblo llano irlandés y a sus costumbres tradicionales. El costumbrismo rezuma y hace creer que estamos en el corazón de la Irlanda tradicional y profunda.
La banda sonora de Victor Young y Richard Farrelly potencia la sensación de estar viendo un cuento alejado del mundo real, un espacio cercano al territorio de los sueños, la nostalgia y la leyenda. Incluye una vibrante partitura de aires celtas y románticos que además incorpora canciones populares tan bonitas como "Turalye Anne", "Galway Bay" y "The Isle Of Innisfree".
Es un filme de inusitada ternura, templado, hermoso y con un enorme sentido del humor. Una obra serena, íntima y de una gran hondura. Quien la vea no la olvidará y su ánimo y su espíritu, remontará el vuelo. La he visto varias veces y no me cansa.
Película eterna, que habla de personas campestres, de amor, de costumbres y ritos, una cinta de siempre para cualquier época, para cualquier edad. Un canto a la vida, al amor y a la amistad. Deliciosa e imprescindible.