Como era de esperar, la tan vendida estación de autobuses, la misma que todos prometieron en todas las campañas, desde la batalla del Guadalete, parece que viene siendo una realidad. Sin embargo, como era de esperar, la misma es objeto de la divertida polémica política, la misma que lanza a los ciudadanos a criticar el malvado engaño de quienes piensan venderla como logro político.

Y es que, tirando de diccionario, ven lo que unos llaman “estación” más como un “apeadero” o poyo de casapuerta. Nuestra lengua, sin lenguaje inclusivo, es rica en matices, y con certeza define claramente lo que es un apeadero y lo que es una estación.



Como no podía ser menos, nuestra ciudad se merece una estación como la de Barcelona o Madrid, aunque estén vacías, y eso permite el rasgado de vestiduras… porque… cómo va a tener la ciudad espacio para solo cuatro autobuses… y aunque se vendan billetes, algo que en un apeadero no se podría hacer, resulta una autentica tomadura de pelo.

Desde mi punto de vista, que pocos autobuses coge, entiendo que grande o pequeña, con mayor o menor espacio para el descanso (aunque no sé quien se baja a descansar pues llegado al destino, o esperando para iniciar el viaje que hace alguien en una estación de autobuses). Resulta evidente que venderán políticamente el logro, pues indudablemente lo que hay es que ahora tenemos y antes no teníamos, pero resulta indudable que quienes ya han gobernado en la ciudad tuvieron su momento para venderlo… y no lo hicieron porque solo vendían promesas, ya sean de un color u otro.

La política, los partidos, y estos absurdos enfrentamientos ciertamente están llevándonos a un camino de odio que en nada nos favorece. Entiendo la política como el camino para generar el bienestar, pero ejemplos como este, en el que llueven las criticas de unos y los aplausos de otros es un autentico atraso, hemos pasado de la libertad de expresión a la imbecilidad de las siglas y los colores en donde, cual carrera al estilo de los Juegos del Hambre, no se trata de crecer, sino de obtener el sillón, al precio que sea y eso, eso se lo debemos a una democracia que ha perdido el norte y el sentido.