No existe un enfoque antropológico serio que niegue que en la diversidad genética, cultural o lingüística, y en los intercambios con otras colectividades se asienta la base del progreso humano. Lo contrario, nos arrastraría a la endogamia y a la decadencia. En su momento ya apunté este extremo en mis comentarios sobre el film de J.J. Annaud En busca del fuego (1981).
Sin embargo hasta no hace mucho, incluso hoy día, hay científicos que avalan la idea de que son las variables biológicas o de raza, o sea un supuesto determinismo orgánico, lo que demostraría que las normas de conducta por razas o clases sociales derivan de la herencia biológica.
En una conocida obra de S. J. Gould (1997) de singular título “La falsa medida del hombre”, el autor denuncia la ‘dudosa’ certeza de muchas de estas investigaciones, por ejemplo la superioridad de la raza caucásica sobre otras razas de color procedentes de África. Afirma Gould que “estos datos son engañosos y espurios, dada la evidente utilidad que el determinismo presenta para los grupos dirigentes […] y cierto contexto político. Estos argumentos tienen razones sociales y políticas inconfesables”.
Para ilustrar justamente la enorme importancia crucial de la comunicación con personas diferentes, costumbres distintas y el mutuo aporte de experiencias distintas a las de la propia etnia o familia, y no la raza o la biología para el progreso del potencial humano, comentaré dos encantadoras películas. La primera aborda el tema gastronómico en la cultura oriental y la francesa en el film de Lasse Hallström, Un viaje de diez metros (2014). En el segundo título que comentaré, de Isabel Coixet, Aprendiendo a conducir (2004), dos seres humanos distintos verán confluir sus dispares destinos.
UN VIAJE DE DIEZ METROS (2014). Comedia dirigida con ánimo y humor por el excelente Lasse Hallström, que vuelve al terreno de su celebérrima película Chocolat (2000), con todo un recital de comidas caseras de excelencia y una armónica lección étnica.
En la historia, una familia india encabezada por el padre (Om Puri), viaja en una vieja furgoneta que los traslada al sur de Francia. Su objetivo es montar un restaurante con comida tradicional. Pero justo enfrente del local elegido, hay un restaurante tradicional de lujo, reconocido en la Guía Michelín y regentado por una escrupulosa y gomosa Madame Mallory (Helen Mirren), que no quiere competencia cerca de su negocio, menos aún por gente de otra raza y cultura diferentes.
El film es conducido por un guion muy bueno de Steven Knight, basado en la obra de Richard C. Morais, escritor y periodista americano que, con su primera novela, The Hundred-Foot Journey, da título a la película.
En el reparto tenemos a una Helen Mirren sembrada que transmite su rol con absoluta credibilidad; Om Puri, genial como padre hindú; Manish Daval, espléndido como chef puntero; linda y sugerente Charlotte Le Bon; y hermosa Juhi Chawla.
Como bien expresa Morais en su novela, diez son los metros que separan Maison Mumbai, el modesto restaurante indio que la familia de Hassan regenta en el pueblecito francés de Lumiére, y Le Saule Pleurer, institución gastronómica de alto nivel, con su tiránica propietaria.
En la historia novelada, el joven Hassan narra en primera persona el periplo que realiza su familia desde Bombay a Londres y de allí hasta Lumiére, a veces rodeados por desgracias y fatalidades de tinte muchas de ellas racistas –la historia se sitúa en plena Segunda Guerra Mundial–, ante las cuales la familia del clan de los Haji responde buscando refugio en su cultura y en sus costumbres, mayormente en la tradición gastronómica de sus ancestros.
Así es como la familia, al llegar al pueblecito, inicia el negocio del restaurante hindú, y cómo Madame Mallory, mujer perfecta y exquisita, queda espantada al percatarse que tiene a diez pasos dicho establecimiento colorido, ruidoso y oloroso: atravesar la calle y allí está esta familia extravagante, de diferente cultura y piel distinta. Allí están esos personajes estrafalarios, al otro lado de la calle, frente a su exquisito y sofisticado restaurante al que ha dedicado toda su vida. La antipatía por lo diferente, el repudio del que viene de afuera son abordados con mezcla de drama, hilaridad y sarcasmo.
El film refleja cómo Maison Mumbai y Le Saule Pleurer están condenados a compartir calle, proveedores y, poco a poco, clientes. Las situaciones de humor y mordiente motivadas por el contraste entre las dos formas de ejercer la restauración son constantes, y reflejan la gran distancia que separa ambas culturas y maneras de enfocar la vida y la gastronomía.
Pero claro, el film evidencia que hay sentimientos, sensibilidades y cualidades que son transfronterizos, aunque haga falta alguna forma de catarsis de parte de algunos personajes para descubrirlo.
Estamos ante una comedia amable y simpática, que sabe rodear con humor los repudios racistas; el mismo humor que, como decía Jacobo Leví Moreno, padre del psicodrama, puede servir para aliviar e incluso para sanar conflictos psicológicos y problemas muy arraigados.
Además, los primerísimos planos de los alimentos abren las ganas de comer. Y no falta el amor. De hecho, la película juega al maridaje entre gastronomía y romance, tema que, aunque recurrente en los últimos tiempos, no deja de tener su encanto.
Película contra el racismo y la xenofobia, donde observamos con agrado que, a la larga, las sensibilidades de unos y otros acaban entrelazándose y uniendo en una solidaria historia sencilla pero simpática.
Además, están las interpretaciones, como antes apuntaba. A Helen Mirren se la ve disfrutando de su papel de mujer pérfida y odiosa, a la vez que Om Puri encarna muy bien el arquetipo de patriarca indio cordial, un poco lerdo, pero de gran corazón.
Y hablando de cocina, todo se gira en torno a ella, lo que incluye el clima jovial del pueblo o el pulso del protagonista, el joven Hassan Kadam, que lleva en su genética la magia de las especias y las exquisiteces, y que interpreta un Manish Dayal que resulta tener una gran solvencia para el papel. Kadam se convertirá en un prometedor e innovador chef que con sus conocimientos puede perfeccionar la rica gastronomía francesa.
Además, Hallström, filma con el característico poder visual que el director imprime a sus obras, con un sofrito que es rápido, pero el plato final no decepciona al espectador transformado en comensal.
En conclusión: película con sus sabrosos toques de humor, es comedia afable, cordial, sensual, efusiva y bonita, con pinceladas de sabor, olor, insinuaciones y buena onda.
Más extenso en la revista de cine Encadenados.
APRENDIENDO A CONDUCIR (2014). Un encuentro casual en un taxi une el destino de dos de sus ocupantes. Un taxista hindú de mediana edad y la mujer también de mediana edad que viaja en los asientos de atrás, mientras discute exaltadamente con su marido, que acaba de comunicarle que la va a abandonar.
El conductor asiste impertérrito a esta intimidad conyugal. Pero a la mañana siguiente se presenta en la casa de la despechada mujer para devolverle un paquete que se dejó en el vehículo. Y hete aquí que el taxista es también profesor de autoescuela. Ella, que hasta entonces dependía de su esposo ara ir de un lugar a otro, se apunta a sus clases de conducción.
Wendy (Patricia Clarkson), una escritora de Manhattan que siempre ha dependido de su esposo para los desplazamientos, decide sacarse el carné de conducir mientras su matrimonio se disuelve como un azucarillo. Decide tomar clases de conducir y su profesor será Darwan (Ben Kingsley), un refugiado político hindú de la casta sij que también se gana la vida como profesor en una autoescuela.
Desde luego Isabel Coixet tiene su singularidad, su calidad, su estilo, y lleva a cabo una encantadora película con un gran guion de Sarah Kernochan, que ha sabido conjugar lo sencillo y lo hermoso, con una bonita fotografía de Manel Ruiz y un sugerente fondo musical oriental.
El reparto es excelente, sobre todo en sus dos protagonistas principales, Ben Kingsley y Patricia Clarkson, que hacen unos personajes entrañables y convincentes.
Es una obra tierna y de mutuo respeto entre dos personajes muy distintos: una mujer inglesa y todo un señor sij, sabio y educado en su cultura y en sus convicciones religiosas.
Al hilo de sus lecciones de conducir, él le habla de la agresividad al volante, también de cómo cuando se está al volante de un coche no hay nada más, esa es su vida en ese momento, la conducción lo es todo cuando se está al volante, no hay que pensar en esos instantes en su vida personal ni en nada que no sea la conducción.
Eso implica hacer equilibrismos y aunar arte, oficio y mucho buen gusto. Y es como para que nos congratulemos pues sin inventar nada extraordinario, Coixet hace un aquilatado trabajo de refinamiento emocional a base de miradas, sensibilidad, luz y calma, dentro de un marco de diferencias notables en lo racial y lo cultural.
Una comedia con toques de drama, pero comedia sin coartadas, sin justificaciones, sin falsas modestias. Una eléctrica Patricia Clarkson y un hierático Ben Kingsley se dan la réplica en un ejercicio desinhibido de oficio, diálogos con cintura y moraleja al fondo.
Ella es rica e infeliz; él, emigrante pobre y triste. Ella es occidental y culta, y él un superviviente venido de oriente con mucha sabiduría. Lo que sigue es un efectivo e inteligente ajuste de cuentas y aspiraciones sociales.
Es muy interesante la contraposición entre la cultura norteamericana, tan dada a trivializar las relaciones afectivas o amorosas; y el anverso, la actitud respetuosa de un sij, o sea, todo un señor con sus tradiciones, su religión monoteísta y su tradicional turbante como seña de identidad.
Un hombre cortés en todo momento con Wendy, consejero de ella que pasa por un mal momento, que le hace ver la vida en su medida y cómo ella, al final de su relación alumna-profesor de conducción, pero también de cariño y profundo respeto le dice: «tú eres mi fe».
Y en el mismo sentido la relación de Darwan con su reciente esposa, a la que respeta, ama, cuida y hace concesiones. La filosofía que él le explica sobre su matrimonio convenido desde la India y que él entiende como un matrimonio que es bueno para él.
Como en otros títulos de Coixet, la interculturalidad se aborda con tacto y admiración. Dos culturas y también dos caracteres contrapuestos que, en el film, acaban por encontrar algo que los une.
Isabel Coixet utiliza los mecanismos argumentales de forma digna, nunca intenta hacer pasar su película por lo que no es. ¿Y qué es? En resumen, es una obra muy agradable de la que se sale con un buen sabor de boca y algo más de fe en la humanidad.
El film se fundamenta sobre un esquema narrativo: el choque cultural entre dos caracteres opuestos que acaban por encontrar algo que los une. Una síntesis.
Más extenso en la revista de cine Encadenados.