Con el tiempo hemos pasado del orgullo del Día de la Raza a la sinrazón de quienes no solo rechazan esa visión, sino que pretenden que todos odiemos el propio concepto de hispanidad. España, como siempre, es su peor enemigo.
Ver esta publicación en Instagram
Ahora, cuando personas con formación —sobre todo en el conjunto de la comunidad hispana— comienzan a desacreditar la leyenda negra, tachándola de invención y reconociendo no solo los errores, sino también los logros de la presencia española en América, tanto en el sur como en buena parte del norte —incluida Alaska—, asistimos a la hora chanante de los mamarrachos hispánicos: gente sin formación objetiva, con una visión sesgada de la historia y un odio irracional hacia todo lo que no piense igual.
Lo preocupante es que este tipo de discurso genera simpatías, sobre todo entre sectores con escasa formación, más pendientes del morbo y la culpa que de la verdad histórica. Prefieren ver maldad en todo, en lugar de reconocer lo positivo de cualquier evento histórico, salvo que el gurú ideológico de turno ordene su ensalzamiento.
El último ejemplo lo tenemos con el actual Premio Nobel. Como español, me llena de orgullo que una persona descendiente de nuestra cultura haya sido galardonada. Sin embargo, para otros, dicho reconocimiento es casi comparable a entregárselo a Hitler. Y lo digo sabiendo que ese nombre puede ser pronunciado impunemente por Pablo Iglesias o sus socios en la eterna cruzada contra la derecha, pues parece que las palabras nazi o Hitler, en boca de alguien que no sea de izquierdas, suenan a delito.
Hubieran preferido que el Nobel recayese en un Maduro de la vida, sabio y estudioso, del que solo brotan perlas ideológicas cada día. Pero a mí, el Nobel de la Paz concedido a una persona con una visión normal y equilibrada de la Hispanidad, me agrada. Y en días como hoy recuerdo que la independencia de Hispanoamérica no fue una “expulsión” de los españoles, sino una decisión de los propios descendientes de españoles. Quizás nos hubiera ido mejor negociando una independencia pactada y manteniendo más lazos, pero a otros países eso no les interesaba.
Por todo ello, en un día como hoy me siento orgulloso de lo que fuimos: de nuestros logros y de nuestros errores, porque nadie es perfecto y la historia —como la vida personal— está hecha de aciertos y fracasos que nos forjan. Me siento orgulloso de nuestro presente, aún en pie a pesar de los intentos de muchos por destruirlo. En definitiva, orgulloso de ser español, de quienes nos forjaron como nación, desde los romanos que nunca se fueron hasta los musulmanes que, aunque expulsados, dejaron huella en nosotros.
Y a pesar de que, para algunos —como Rufián, nombre tan “precioso” como definitorio—, sea más importante pagar la repatriación de quienes no representan nada más que sus intereses personales que permitir una cabra en un desfile, yo me quedo con la cabra. Porque en España, ella sí nos representa a muchos, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de cabras y cabrones que nos rodean.
Por todo ello, en un día como hoy:
¡Viva España y toda Hispanoamérica!
Porque, nos guste o no, todos compartimos la misma sangre.