Si hay algo más conocido en las Navidades que una zambombá, es la comida de empresa. Aquello que hace años empezó como una reunión de amigos, tras la salida del trabajo, como aquella despedida de compañeros previa a la Navidad, como un encuentro entre gente, que, sin ser familia, así se consideraban, ha pasado en los últimos años a convertirse en un clásico, esperado, anhelado y emotivo encuentro entre personas que a veces no tienen nada en común.

Curioso es que la comida de empresa va de la reunión de dos a la de cincuenta. Cada empresa es un mundo, y como es natural, conviven, en ocasiones, multitud de personas. En algunas pueden distinguirse las distintas familias, por sectores, departamentos o plantas, y algunos, repiten y se apuntan a todas.

Hace años, lo normal, eran reunirse tras el puente, pero ahora, ahora, desde finales de noviembre se pueden ver reuniones, y es que, a veces, son tantos los compromisos que asusta. Todas ellas, para algunos son ansiados momentos, para otros compromisos absurdos; para algunos una oportunidad, para otros, motivo de bronca; para la mayoría, momento de lucirse, mientras que, para otros, es la oportunidad de meter cuello y ponerse ciego.

Y es que, a estas alturas, las comidas de empresa, de navidad, o como queramos ponerle al niño, son más clásicas que el pavo, ese que a veces nadie prueba, más que por compromiso, pero que no puede faltar en más de una mesa. Algo tan tradicional, que evoluciona hacia caminos insospechados, pues, si antes, se limitaban, los más osados, a cogerla gorda, no pa un rato, sino pa siempre, como si no hubiera un mañana, atreviéndose a decir lo que tan callado tenían, oculto y secreto, ahora lo más normal es acabar con unas orejas de elfo, o de reno, con un gorro de Papa Noel, con y sus luces, o un espumillón a modo de bufanda.

Hemos pasado de aprovechar para poner en ridículo al jefe, a hacer el ridículo desde el momento uno. Sana costumbre que nos invade, y sobre todo nos hace disfrutar, porque si algo tienen de bueno las comidas de empresa, es que nadie se lo pasa mal, al fin y al cabo, es un buen momento para compartir, disfrutar, beber y comer, bailar, perder la vergüenza dejando a un lado la seriedad que nos une a otras personas día a día. Hoy, una Navidad sin comida de empresa, quizás, para algunos, sea menos Navidad.