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Me encantan esas películas donde podemos disfrutar del cine desde su propio interior. Películas que narran las películas desde dentro, “cine dentro del cine”. Recuerdo que ya en esta sección salió una entrega dedicada a este capítulo. Pero esta no es repetición.

Hablo de dos estrenos donde de manera autorreferente, son dos directores quienes hablan de su trabajo tras la cámara: El libro de las soluciones (2023), de M. Gondry; y El sol del futuro (2023), de N. Moretti.

EL LIBRO DE LAS SOLUCIONES (2023). Marc es un excéntrico director de cine quien, tras entrar en firme desacuerdo con sus productores con relación a su última película, tras pelearse con ellos, pues según Marc no entienden su arte, se levanta súbitamente de la reunión, coge su película y con sus colaboradores se va para acabarla en otro lugar.

Acompañado de su fiel equipo, acaba por esconderse en un pequeño pueblo rural francés de las Cevenas, con su tía Denise de setenta y cinco años, según él, su mejor consejera. Allí, su desbordante creatividad no para de fluir en un millón de ideas que lo sumergen en un extraño caos.

La cosa es que Marc comienza a escribir “El libro de las soluciones”, una guía de consejos prácticos que bien podría tener la respuesta a todos sus problemas.

Bajo la dirección y guion de Michel Gondry y un excelente reparto con Pierre Niney (como Marc), Blanche Gardin, Françoise Lebrun y otros a los que haré mención más abajo, la obra sigue una sucesión de locuras de Marc, en el mejor y peor sentido de la palabra. Un director que no duerme, que despierta en la madrugada a su montadora o insulta a su técnico.

Gondry parece querer que los espectadores se sienten a ver el diván en el cual se desarrolla una sesión psicoanalítica de sus crisis detrás de la cámara. Ciento dos minutos de terapia y nuestro director compartiendo y exorcizando sus fantasmas, ocultos temores, delirios, fabulaciones y excesos mentales que surgen en fase alta hipomaníaca.

Película que configura un conjunto interesante, una mirada franca, cómica y también mágica a lo que podría entenderse como el encarrilamiento, no siempre ordenado, de la creatividad, de la imaginación de un artista. Ese pensar en manera divergente y florida, esa apertura a nuevas experiencias.

Gondry resulta realmente sobresaliente cuando transforma y a la vez convierte sus dudas e interrogantes en un tratado de creatividad, pero cuando derrapa por el terreno de la petulancia se pierde y deviene locura total.

El argumento un tanto loco tiene momentos geniales y fantásticos, como cuando Marc contrata a una orquesta de músicos, le arrebata la batuta al director, y comienza con los atónitos músicos a dirigir la partitura de su película sin llevar una nota escrita, apenas tarareando una melodía y posteriormente gesticulando, andando en cuclillas y mímica diversa: “van a interpretar mi cuerpo; es bastante simple”, le dice a la orquesta.

No olvidemos que a Gondry le diagnosticaron en su momento lo que hoy se conoce como “bipolaridad” o trastorno “maniacodepresivo”, o “ciclotimia”. Un cuadro que se caracteriza por las oscilaciones entre el pico depresivo (bajo) y el pico de la manía, de la euforia (alto). Realmente la cinta acierta a exponer la hibridación entre el bajón creativo del director protagonista y su fase maníaca caracterizadas por un optimismo y un ánimo exultante y agitado.

Lo principal de esta obra es su contagioso amor al cine y cuantos procesos le acompañan. Por lo demás, trata sin piedad el mundo de las obsesiones y el narcisismo del artista.

A medida que se le van planteando problemas, Marc va improvisando y desarrollando una miríada de ideas difíciles de seguir, lo que provoca importantes discusiones con su colaborador técnico Carlos, muy bien interpretado por Mourad Boudaud. Completa el reparto un grupo de actrices francesas de edades diferentes, desde la veteranía de Françoise Lebrun, a la juventud de Frankie Wallach, pasando por la madurez de Blanche Gardin, todas muy bien como sufridoras del carácter imprevisible de Marc, al cual deben soportar con estoica paciencia.

En fin, la película acaba por pecar de lo mismo que su protagonista. Sus ideas, por más que brillantes, ven la luz de una manera tan incontrolada, que cuando viene el momento de ponerlas en marcha, se declaran más ineficaces y extenuantes que operativas o factibles. Aunque la verdad, no falta interés y encanto a esta cinta.

Cuando concluye la película no se puede evitar hablar de ella, también de las bizarras ocurrencias de Marc, de su salud psíquica, de la amistad y la incondicionalidad, de las metáforas, de los sentimientos materializados en la pantalla, y sobre todo se habla de cine, de cuán complejo es el mundo de la creación cinematográfica.

Publicado más extenso en revista ENCADENADOS.

 

EL SOL DEL FUTURO (2023). En la historia el protagonista es Giovanni (Moretti), cineasta italiano reconocido, que está inmerso en el rodaje de una película sobre el comunismo en la Italia de los años 50. Además, está deprimido y en tratamiento.

Esta su nueva película concuerda con su estadística de rodar una cada cinco años, algo que no lleva nada bien. Siente Giovani que las cosas se han puesto en su contra: su mujer Paola (Buy) y él no se comunican, están en crisis. La señora está harta de aguantar a un hombre narcisista como él.

De otro lado, su productor francés (Amalric) está rozando la ruina y su hija Emma (Romani) no sólo no le hace caso, sino que se ha echado de novio a un hombre bastante mayor para ella.

La cinta es una “autoficción”, donde nuestro director, con un humor vivaz plantea variadas preguntas sobre las claves del cine: si es lícito o posible hacer obras populares y entretenidas en la era de Netflix y el blockbuster global: era del capitalismo de plataforma.

Nanni Moretti, director de gran personalidad en la realidad, hace aquí de director que rueda una película mordaz y con gran sentido del humor, a la vez melancólica, que habla de sí mismo y carga con su ideario.

El personaje de la peli también tiene el nombre de Giovanni e igualmente es cineasta. La historia es la preparación de su nueva película, que se centra en la llegada a un suburbio obrero de Roma de un circo húngaro.

Este acontecimiento se produce en octubre de 1956, justo cuando la URSS invade Hungría, cuando este país hizo una revolución contra la dictadura estalinista y el despotismo de los burócratas: la Revolución húngara de 1956, llamada también Otoño Húngaro.

Canalizando su historia a través de una historieta político-amorosa entre el excitable líder del partido comunista local (Orlando) y una ardiente vicesecretaria (Bobulova), la cual se pone del lado de la compañía húngara del circo y de los manifestantes que los que apoyan. 

Luego la cosa se reescribe para imaginar un final alternativo en el que una protesta de base de los miembros del Partido Comunista Italiano hace que los cuadros del partido rompan con la URSS.

Todo lo cual viene a ser especie de varapalo incómodo del ácrata Moretti, quien parece habérselo pasado bien jugando con esta cinta que, al fin, es un rapapolvo. Una cinta llena de homenajes al cine, a la resistencia, a los principios, a la crítica nostálgica, al matrimonio, a la familia y a la propia persona de Moretti.

El reparto es bueno y bien conjuntado, con un Nanni Moretti estupendo; Margherita Buy muy bonita y expresiva en su papel de esposa; Valentina Romani, como la hija; Mathieu Amalric es el expansivo productor; Silvio Orlando, sembrado como líder del Partico Comunista local, junto a una Barbora Bobulova como vicesecretaria y disidente.

Del mismo modo, el protagonista real, el director de la película es irritable y violento con los miembros de su equipo en la película: humilla al director de producción o insiste en eliminar de la película un retrato de Stalin.

Moretti extiende e incluso amplía su mirada histórica de la crisis de la izquierda. En este filme dentro del filme que dirige el protagonista, se indagan los orígenes del declive del Partido Comunista italiano cuando fue estalinista, e imagina otra historia distinta.

La convicción de nuestro director de que el mundo cambia demasiado deprisa para actitudes inmovilistas. Al final, como superando contradicciones personales e ideológicas, hay un anhelo, un sueño, y es reconfortante ver cómo Moretti sigue con fuerza para seguir persiguiéndolo.

Pensemos que la película interior, la que se rueda dentro de la película, iba a terminar con el suicidio de su protagonista. Pero finalmente no lo hace, aunque sí esboza la desilusión personal del protagonista con el arte, con el amor y con la actual sociedad.

Pero finalmente, el protagonista reescribe la historia, eligiendo la alegría y la unidad sobre la desesperación, y celebrando un resultado alternativo al mismo tiempo que hace un gesto afectuoso sobre su propia filmografía.

Hay un desfile final conmovedor en plena calzada romana donde convoca a elefantes, amigos y cómplices bajo los acordes de la más bonita marcha circense, la de Piersanti.

Una película que convierte las obsesiones de un hombre en una comedia humana donde hay alegría y pasión, donde él y su mujer viajan por Roma en Scooters eléctricos cantando una canción pop, temas antiguos de Franco Battiato, Fabrizio De André y Luigi Tenco.

Ello y otras situaciones hacen de esta cinta un cuasi musical, incluidos desafinamientos, como cuando Moretti desvaría las notas bailando al ritmo de Aretha Franklin cantando “Think”.

Una película luminosa, especie de canto para afrontar el futuro con júbilo, que desemboca en una marcha colectiva, alegre y conjuntada.

Publicada en revista ENCADENADOS.