Echaba de menos la playa vacía y mis tranquilos paseos, en mi rutina, y tras varios años, será costumbre marcharme parte del verano, y disfrutar de la ciudad cuando la calma llegue. Echaba de menos esas mañanas en las que apetece cubrirte un poco, sin el calor asfixiante que llega incluso a horas muy tempranas, y poco a poco, voy retomando esa rutina.

Sé que aún faltan días, o semanas para poder disfrutar de un clima más húmedo y frío, pero conforme avanza el mes, voy notando su presencia. Quizás el verano sea agradable, bullicioso y lleno de vida. La ciudad se llena y para muchos es la mejor época, económicamente o bien porque disfrutan del sol y las playas.



Yo soy más de playas en invierno, disfrutando de un Sol que calienta sin quemar, disfrutando del sonido del mar. Eso he recuperado en estos días, cuando sentado en el paseo de la playa de La Puntilla, vi un precioso amanecer.

Para mí un precioso atardecer es como el final, el ocaso. Muchos disfrutan con bellos atardeceres, viendo como el cielo va tomando esos colores, viendo como el Sol se baña en el mar diciendo adiós, pero me sigo quedando con los colores de una amanecer, quizás menos espectacular, pero bello y agradable. La ciudad sigue encerrando misterios, momentos, lugares, acontecimientos que no dejan de sorprenderme y me emocionan.

Durante un rato disfruté de esas maravillosas vistas, con los pinos a mi espalda y su frescor de la mañana, frente a mí, un mar movido e intenso, oscuro, que poco a poco fue tomando luz y color, el comienzo de un día, el nacimiento de una ciudad que me ofrecía paz y tranquilidad, confort.

Con las primeras luces dominando el paseo, continué mi marcha viendo como la arena cogía un hermoso color dorado. Me entró la duda de cómo serían los amaneceres en otros lugares, y la curiosidad me abrió nuevos paseos y nuevas vistas. Inicié el camino de regreso pensando en la suerte que había tenido al descubrir una ciudad que tanto me ofrecía.