Como finalmente el tiempo no ha ocasionado ninguna muerte por golpes de calor, y el tiempo, agradable y fresco, ha llenado la feria, hay que buscar un nuevo motivo para satisfacer esa ansia viva de protestar. Le toca el turno al número de casetas, a los precios, y a la música. Aún les quedan los caballos y las caravanas.

Como es natural, los culpables de todo son los de siempre, y eso a pesar de que nuestra feria siempre funcionó igual, por las mañanas Sevillanas, y por la noche Pepichi o Blend.

El tema del número de casetas y precios está más relacionado. En aquellos tiempos de Tierra Mar y Vino, o en otros más cercanos, toda peña, grupo de amigos, academia, incluso institutos para financiar el viaje, montaban una caseta, y no pasaba nada. Los trabajadores eran los mismos que las montaban, con precios en donde el ánimo de lucro era algo secundario.



Entonces llegó la época dorada de los parapollas, y que al día de hoy alcanza su máximo exponente. La tasa municipal es lo de menos, aunque el mantener una estética simétrica y hermosa, ya supone un coste; las medidas de seguridad en cuanto a instalación eléctrica requieren de un ingeniero, que cobra; y ya entramos en la parte chunga, inspección de sanidad, regulación del frío en las neveras, seguro, medidas anti-incendios, y lo mejor, inspección de trabajo.

La feria de hoy hay que pagarla, nadie se atreve a montar una caseta, las peñas que quedan tienen que sufragar los gastos extras, y sobre todo, los catering son los únicos que prestan el servicio y si quieren cumplir todas las normas, y ganar dinero, que para eso están, hay que subir los precios, y tenemos que pagar el servicio. Claro que hay menos casetas,  porque es arriesgado montarla y trabajarla, excepto en alguna hermandad que se arriesga, y con un alto coste.

Cambian los tiempos, cambian las normas, y solo nos queda las ganas de seguir disfrutando, pero puestos a analizar el tema, claro que tiene una explicación que haya menos casetas, y ojo, no es que antes fuera un descontrol, pero pocos trabajaban la feria dados de alta, la conservación era la que era, la gente se apañaba con lo que tenía, y, sobre todo, había menos miedo a que te denunciaran por cualquier motivo, ya fuera laboral o sanitario.

En fin, tenemos la feria que tenemos, y aclarado el tema, creo que va siendo hora de tomarse un rebujito y dejar de rajar.