El penúltimo acto presidencial, pues nunca se ha decir el último, ha puesto de manifiesto que la generación de cristal se extiende. Comparto los motivos que lo impulsan a exigir mayor respeto por las personas públicas, y lleva razón. El grado de odio que se respira en las redes, la mentira, el engaño, la manipulación y el nepotismo que inunda las estas no es normal.

Qué sabe nadie el daño que a veces se hace, que sabe nadie el dolor que a veces se provoca en los seres cercanos de quienes nos representan. Lleva razón quien exige respeto, sobre todo  para quienes, al margen de la vida pública, se vinculan a los que sí lo están. Lleva razón cuando dice que es necesario poner límites a quienes manipulan la información con fines políticos, y ello genera que todos, absolutamente todos, lo respeten.




No todo vale, y da igual de donde venga la directriz, porque quizás un poco de censura venga bien a una España desmadrada, en donde el insulto fácil es una bandera que se tiñe, sobre todo, de rojo.

Jamás podemos olvidarnos de que, quizás, quienes menos uso hacen de las redes son quienes ahora molestan. Entonces, me pregunto, que hará ahora quienes aman esa falsa libertad de expresión. Como podrá callar a quienes se leen todos las publicaciones de aquello que no siente, por el mero hecho de criticarlas, mofarse y joder al personal.

La directriz me gusta, la aplaudo, la comparto, pero quizás llegue en un momento tardío, quizás sean quienes más aplauden los que no sean capaces de callar sus bocas. Lo divertido será que serán quienes le aplauden los que se nieguen a seguir un juego que les encanta.

Lo bonito de todo esto es que todo es exponencial, gradual. Todo se puede trasladar al punto básico, de forma que si no se debe, porque está muy feo, llamar payaso, imbécil, memo e inútil a un presidente que lo es de todos, tampoco debe uno referirse así a un simple alcalde, porque está igual de feo.

Si está mal criticar a la mujer del Cesar, aunque ni aparente decencia, igual  de mal esta acusar a quienes conocen a un cargo público, aunque sea en un pueblo de mierda, y menos a sus allegados.

Nuestro bien amado presidente nos ha hecho reflexionar. Hay que bajar el tono, callarse la boca, y seguir con nuestras vidas, so pena de convertirnos en un parapolla cruel e insensible que no respeta lo más sagrado de todo, que es el beneficio propio o ajeno, para nos o para vos. Señores, al menos hay que reconocer que la moraleja viene con historia bien fundamentada.