¿Se acuerdan cuando estábamos todos pasando la cuarentena del covid? Parecía que nuestro estilo de vida se había roto por completo y que nada volvería a ser como antes. Qué razón teníamos y eso que ni nos olíamos lo que nos venía encima.

La del covid fue una época dura de la que salimos gracias a los aplausos a todo el personal médico (¿dónde están esos apoyos ahora?), a la solidaridad con nuestros vecinos (¿cómo dices que se llama el pesado del 3ºA?) y a una fuerza de voluntad por el convencimiento de que teníamos que salir más fortalecidos de esa crisis. Ingenuos.

Desde entonces el mundo ha cambiado pero a peor. Quién nos iba a decir a todos que en solo un par de años íbamos a ver casi un golpe de Estado en EEUU, con un Trump alentando a sus fieles a tomar el Capitolio disfrazados casi de Carnaval, o a un Putin escondido bajo la mesa porque se le han levantado en armas los mercenarios que contrató para acabar con la guerra que inició (y no sabe acabar) en Ucrania.

Y sin olvidar el medio golpe de Estado en China (eso sí, más discreto) con el anterior presidente del Partido Comunista sacado en mitad de su Congreso poco menos a rastras para escarnio público.

Pues sí que ha cambiado el mundo. La duda es si a mejor o a peor.

En España tampoco nos hemos librado de las sorpresas. A falta de golpe de Estado, tenemos ‘sanchismo’. Un concepto político nuevo que trata de una forma de gobernar basada en que si Pedro Sánchez no pierde las elecciones, es que va a haber un pucherazo electoral.

Ya las elecciones municipales fueron una muestra de que lo que se debía votar no era al alcalde de turno, sino acabar con ETA y los pactos de Bildu y con el independentismo catalán (que todos los hemos sufrido a diario en nuestra calle Larga portuense durante años) y echar a un Pedro Sánchez de un sillón al que no se presentaba.

En menos de un mes, volveremos a las urnas y ahora sí se podrá elegir si se acaba o no con el ‘sanchismo’. Pero de forma democrática, con un voto en la urna. Sin necesidad de disfrazarse con unos cuernos de búfalo en la cabeza o amenazar con tomar Moscú con los tanques.

Eso sí es democracia precovid y postcovid. Aunque algo más nos ha dejado la pandemia. Pensamos tanto en quitar a las personas que se nos va a olvidar que Santiago Abascal puede ser nuestro vicepresidente del Gobierno.

Tanque no tengo a mano, pero algún disfraz debe haber por casa. Habrá que ir buscándolo por si hay que volver a salir a la calle para defender la democracia.