A pesar de que el levante era una molestia, seguí mi camino hacia la pasarela, la que une peatonalmente las dos orillas del rio. He ido viendo cómo avanzan las obras, y la curiosidad me hizo buscar información sobre la zona, buscar fotos antiguas, ver cómo fue, por dónde paseaban antes que yo, y me imaginaba como será.
Desde la mitad del puente peatonal me gusta fijarme en el cauce del río, sobre todo a media tarde, y en mi opinión, la mía, que ya me cansa un poco que aquí parezca que solo está permitida la opinión de los buenos y de los malos, según se mire, siendo deporte ridiculizar a los palmitas por parte de los que no las tocan.
Como digo, en mi opinión es una bella imagen, va tomando forma. Para una persona a la que el cemento no le gusta, la madera me parece una elección acertada. El margen del río, pisando la madera, es relajante. Tendrá sus inconvenientes, el mantenimiento será más constante, los vándalos harán su agosto, pero para mí, no solo es un acierto, hará agradable el paseo junto al río.
Me imagino el resultado final, el rumor del agua al pasar, las tardes de invierno buscando el calor del abrigo o del último rayo de sol. Me imagino la tranquilidad que transmitirá esa madera, y llegaré a zonas en las que veo que el frío gris del cemento dominará los espacios, pasado el monumento del pescador.
No conocí esta ciudad en el pasado, en los años en donde pasear era una distracción, no me imagino cómo sería, y por las fotos veo lo que llamaban el vergel como un frondoso paisaje donde uno paseaba bajo la sombra de cientos de árboles. Supongo que, como en todas las ciudades, nunca todo será a gusto de todos, que unos criticarán y otros alabarán los cambios que se van produciendo en las ciudades, por eso, he aprendido a expresar lo que yo siento, con la misma libertad de quienes no gusten de lo que vean.
Bajo esa premisa, me gusta, me agrada el nuevo paseo fluvial, y si algo me preocupa, es solo que no termine a tiempo para poder usarlo, porque en esta vida, tan solo estamos de paso.