Hay que viajar casi veinte años atrás para encontrar una ópera en vivo de Mozart en los escenarios de nuestra ciudad. Por entonces aún no existía el teatro Muñoz Seca y aquella Flauta Mágica, a cargo de la Compañía Andaluza de Teatro Lírico, hubo de tañer en el Monasterio de la Victoria. Si horadamos en la historia, por cierto, encontramos la presencia de alguna exitosa joya del genio de Salzburgo en el siglo XIX portuense; pero todo eso ocurrió en la noche de los tiempos y la que aquí nos convoca es la del sábado, once de febrero, cuando fuimos invitados a las edificantes Bodas de Fígaro, traídas por la Camerata Lírica de España con las que la Concejalía de Cultura abrió la temporada de invierno de nuestro único teatro.

Pasa por ser Las bodas de Fígaro una de las creaciones más conocidas del género operístico que en el mundo han sido; busquen, si no, en Internet la agitada obertura que inicia la obra y comprobarán la de veces que se ha cruzado en sus vidas.   Ambientada en la Sevilla del siglo XVIII, tal y como determina el libro original de Beaumarchais –autor en quienes se basan el músico y el libretista, Lorenzo da Ponte- Las bodas de Fígaro se dio a conocer a través de lecturas privadas a partir de 1781. Tras numerosas vicisitudes cortesanas, por la clara intención transformadora de la pieza, se pudo estrenar en septiembre de 1783. Estamos, pues, a pocos años de la Revolución Francesa que habría de torcer para siempre la historia, y esos aires de cambio soplan en este relato de enredos que dibuja un pormenorizado estudio de los comportamientos sociales.



Y todo eso se respira también en la versión que disfrutamos el sábado, que no decepciona en absoluto: la experiencia y los logros de la Camareta Lírica de España son una excelente tarjeta de presentación y estas Bodas no hacen sino rubricar su merecido prestigio. Excelente dirección artística de Rodolfo Albero y excelente también la batuta del rumano Virgil Popa. Los cuatro actos transcurren con ritmo magistral –casi volando- gracias a las compactas interpretaciones de unos actores que funden con encanto música y letra en una aleación brillante y rigurosa sin caer nunca en la pomposidad ni la afectación, tan propias del género. A esa voluntad global de naturalidad contribuyen, además, una escenografía hermosa, funcional y sin estridencias, y una iluminación al servicio de un más que solvente espectáculo que apaciguó la noche del sábado, con encendidas y cálidas virtudes, este invierno frío y ventoso. Esperemos que la ópera siga contando en las programaciones del Muñoz Seca para bien de un público que las espera, las disfruta y las ovaciona.