Ángel Quintana.- En estos días en los que nuestra población no residente se multiplica por tres y, por ende, el tráfico rodado también se dispara aumentando la sensación de agobio en nuestras calles; justo cuando más necesitamos una gestión de la movilidad urbana diligente y ordenada, una ciudad que sea amable con sus viandantes, sean locales o turistas, somos muchos los que anhelamos un centro en el que el peatón sea el protagonista poniéndose en valor nuestro patrimonio histórico, terrazas, comercios y trama urbana.
Hace meses que afloran como setas sin control patinetes, bicicletas y motocicletas eléctricas de alquiler puestas en funcionamiento mediante apps. No son baratas, pero hacen el avío complementando otros servicios de movilidad. Unos artilugios que, si bien son útiles en determinados momentos para devolvernos a casa (sobre todo) o incluso, al ser eléctricos, reducir las emisiones de CO2 directas a la atmósfera causan otros perjuicios a la sociedad portuense difíciles de justificar desde la administración local.
El asunto se está desbordando tanto que muchos transeúntes lo viven como una auténtica guerra en la que las batallas se libran contra unos vehículos que se tornan obstáculos casi insalvables cuando te cortan el paso al deambular por la vía pública. Una verdadera “guerra de las aceras”.
El alcalde, Germán Beardo, cada vez que concede licencia a una de estas empresas otorga barra libre a un fenómeno que no quiere o no le interesa controlar. Ya es una estampa tradicional de El Puerto, formando parte de su silueta callejera del día a día, aparatos gestionados por estas sociedades abandonados en la calzada, arrumbados a montones en la vía pública, aparcados en grupo en las aceras o paseos marítimos e, incluso, arrojados al mar en nuestras playas y al río Guadalete. Es como, permítanme la comparación, si adoptase un perro precioso (a los cuales les tengo un especial afecto) pero no le pudiera garantizar a mis vecinos que ese can les mordiese algún día, defecase en la puerta de su casa o les ladrara de forma incontrolada todas las noches evitando que pegasen ojo.
El otro día leí que el alcalde esgrimía el argumento explicando esta falta de fiscalización que siempre había ciudadanos con actitudes incívicas y que era imposible gestionarlas por parte de la alcaldía y no le quito razón. Pero también sé, y sabemos todos por lógica, que existe una potestad incuestionable de un primer edil que es la de proponer al pleno municipal ordenanzas (cuyo principal cometido administrativo es como su propio nombre indica “poner orden”).
El Puerto adolece de una normativa de circulación vial actualizada que contemple y gestione el uso de patinetes, motocicletas y bicicletas de alquiler en nuestra ciudad, que diga lo que los usuarios pueden y no pueden hacer con dichos medios de locomoción pero, por encima de todo, que proteja al ciudadano de a pie y en especial a los más vulnerables: ancianos, personas con diversidad funcional y niños que no tienen la posibilidad de saltar los vehículos de renting a dos ruedas que se acumulan en zonas peatonales.
El alcalde también tiene la competencia de dar instrucciones a la policía local para que estén especialmente atentos y sancionen las conductas de las personas que usan estos inventos a dos ruedas como juguetes ofensivos al peatón.
Esta normativa y acciones que revindico en la presente tribuna deben encuadrarse en un plan mayor y ambicioso que sea el motor incluso del crecimiento del entramado urbano de la ciudad: el plan de movilidad que se está renovando pero que si no contempla estas nuevas realidades corre el peligro de quedar en papel mojado.
Claro que me alegra saber que hay empresas multinacionales que ponen los ojos en la localidad para aumentar la oferta del transporte urbano y soy consciente que toda gran ciudad que se precie tiene sus patinetes, scooters o velocípedos eléctricos. Lo que no veo ten claro es que Germán Beardo convierta la ciudad en un campo sin vallado con peligrosos artilugios sueltos que perjudican la calidad de vida de la ciudadanía portuense. Movilidad variada sí, por supuesto, pero no de cualquier manera ya que en política no vale todo y la suelta libre sin control de este servicio de transporte puede contribuir a que la ciudad amable que queremos se convierta en una simple jungla intransitable.