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Hoy hablaré de películas cuyos principales personajes son sacerdotes. Un sacerdote es una persona que ha recibido la tercera de las órdenes sacerdotales mayores que otorgan las iglesias católica, ortodoxa y anglicana y que tiene entre sus funciones principales celebrar misa, anunciar el Evangelio, administrar sacramentos y orientar espiritualmente a sus fieles.

Como dijera San Ignacio de Antioquía: El sacerdocio es la dignidad suma entre todas las dignidades.

Hay muchas películas buenas de curas. Por mencionar algunas: Diario de un cura rural (1951), de J. Morin; Yo confieso (1953), de A. Hitchcock, Los comulgantes (1963), de I. Bergman; El exorcista (1973), de W. Friedkin; El nombre de la rosa (1986), de J.J. Annaud, El gran silencio (2005), de Ph. Gröning; La calumnia (2008); o la excepcional Calvary (2014), de J.M. McDonagh.

Hoy hablaré de tres muy buenas: el estreno, El milagro del padre Stu (2022), ópera prima de R. Ross; Elefante blanco (2012), de P. Trapero; y Balarrasa (1951), de J.A. Nieves Conde.

EL MILAGRO DEL PADRE STU (2022). Estamos ante una película basada en una historia real de conversión protagonizada por el actor Mark Wahlberg interpretando a Stuart Long, un hombre agnóstico, boxeador amateur, cuya vida da un giro radical al bautizarse, ordenarse sacerdote y hallar en este nuevo camino el sentido a su existencia.

Es una historia de superación. Stu, tras perder a su hermano siendo niño y con una familia disfuncional, decide dedicarse al boxeo y posteriormente intentar ser actor.

Cuando una lesión puso fin a su carrera como boxística, Long fue a vivir a Los Ángeles soñando triunfar. Mientras, trabajaba como empleado de un supermercado y conoce a Carmen (Teresa Ruiz), una maestra de escuela dominical católica, de la cual se enamora.

En su afán por conquistarla, empieza a asistir a la iglesia. Pero se va produciendo en él un paulatino acercamiento a Dios que concluirá en una clara vocación sacerdotal.

Un punto crítico sucede cuando tiene un accidente fatal de moto. Con la ayuda de Carmen, de los médicos y de sus padres, sale adelante.

Long se plantea darse una oportunidad en la vida, ayudando a otros a encontrar su camino. Paga el coste del seminario y espera respuesta que no resulta muy favorable, dados sus antecedentes.

Además, con el tiempo adquiere una enfermedad neuromuscular irreversible. Pero a pesar de su devastadora crisis de salud y otros, Stu persigue su vocación sacerdotal con coraje y humildad.

Estamos ante la ópera prima de la joven directora californiana Rosalind Ross que también escribe el guion; y es mi parecer que hace un buen trabajo.

La Ross construye una historia que tiene sentimiento y, además, entretiene, una película meritoria. Tiene una parte dedicada a lo mundano y al boxeo, un hombre bebedor y mujeriego, hasta que aparece la mujer que atrapa su corazón, y del amor, a la fe.

El libreto y la cámara aciertan a aprehender la personalidad del Stuart boxeador y su relación pendenciera con el padre, que es también un hombre belicoso (Gibson); también su relación con su madre.

Esta biografía interesó mucho a un actor de fuste e intenso como Wahlberg, muy capaz de encarnar, tanto al boxeador, la parte más riscosa, como al sacerdote. Wahlberg pone todo su afán en este papel. Merecería un reconocimiento importante.

Gibson interpreta con indudable talento al padre del protagonista, un hombre de edad bebedor e irascible. Jacki Weaver se mete en el papel de madre dolida y preocupada siempre por su hijo, un rol interpretado con esa pastosidad propia de ella. Muy bonita y creíble Teresa Ruiz como la novia.

Es una peli que se ve bien y que incluso a muchos le resultará agradable, por esa mezcla de mundanidad y trascendencia.

Tiene de bueno la película que se aleja de terreno de la lágrima fácil y del melodrama intenso. Más vemos el paulatino y decidido aterrizaje del protagonista en los sentimientos trascendentes.

Al final de la película aparecen unas oportunas imágenes del verdadero padre Long, que dan un sentido de veracidad a cuanto hemos podido ver en la pantalla. No se trata de un cuento sino de un personaje real.

El verdadero padre Stuart tenía 50 años en el momento de su muerte en 2014. Al enfrentarse a una muerte cercana, tuvo una experiencia religiosa en el hospital y luego se convirtió al catolicismo.

Fue durante su bautismo, que se dio cuenta de que estaba llamado al sacerdocio. Posteriormente, en 2003, Stuart ingresó al seminario y fue ordenado sacerdote diocesano en 2007.

Su conversión fue para él toda una revolución interna. Una “experiencia cumbre”, una vivencia de trascendencia que, como aseguran los psicólogos transpersonales, es un tipo de experiencia que nos eleva por el camino de la espiritualidad. Sentimientos sublimes que el psicólogo Abraham Maslow calificó de “vivencias cúspide” que conducen a la conversión.

Ya hablé de las “experiencias cumbre” en las entregas: Tiempo de espiritualidad, Experiencia cumbre y conversión, y Tierra Santa.

Publicado en revista de cine Encadenados.

 

ELEFANTE BLANCO (2012). En la película se cuenta la amistad de dos curas, Julián y Nicolás, una amistad que viene de años, desde que coincidieron en un monasterio de clausura. Entre sus experiencias está la de haber sobrevivido a una matanza del ejército en un poblado boliviano.

Ahora están asentados en una villa miseria bonaerense, chabolismo en el extrarradio de la ciudad, donde viven los más pobres entre los pobres, en casas construidas con todo tipo de materiales de desecho. Ambos sacerdotes se esfuerzan por desarrollar su apostolado y una labor social de acondicionamiento, educación y misas.

Con ellos trabaja Luciana, una trabajadora social. Con ella lucharán codo con codo contra la corrupción y las bandas de la droga que proliferan en la villa. Toda esta labor tropezará con la jerarquía eclesiástica y con el poder político y policial. Pero lejos de arredrar, proseguirán su labor, siempre con el ejemplo de Cristo por bandera.

Pablo Trapero dirige con apasionamiento esta película que saca a la luz el lumpen, no ya de Buenos Aires, sino de tantas y tantas grandes urbes del mundo. Tiene un guion muy social del propio Trapero junto a otros.

En el cuadro de actores destaca el inefable Ricardo Darín que sabe transmitir una indescriptible gama de estados de ánimo como sacerdote entregado a los marginados. En el mismo papel tenemos al actor Jerémie Rénier. Y estupendo trabajo de Martina Gusman.

Se produce en el filme una inmersión en el claustrofóbico y doliente entorno de una especie de pueblo laberíntico a la espalda del gran Buenos Aires. Un espacio que a modo de microcosmos engulle a los personajes y al propio espectador, junto al bullicio orgánico de ese lugar nocivo donde igual hay un bautizo que una balacera.

Trapero arriesga con sus películas que seguro no serán taquilleras, entre otras por la escasez de medios y también porque abordan temas sensibles que el público no quiere ver. Varias veces me han dicho que esta película es «muy dura». Pero no siempre tenemos que ver temas agradables, si así fuera, estaríamos mutilando una de las razones del Arte y del Cine: denunciar las injusticias del mundo.

Trapero apostó en esta cinta por la urgencia, la visceralidad, la fuerza de las imágenes. Cada uno de sus planos tiene una potencia, una convicción, una carga emotiva que arrasa cualquier cuestionamiento intelectual. Es de agradecer que un director de su categoría vaya cada vez a más, con audacia, con rigor y talento.

Película de impecable puesta en escena, una narración enérgica y una ambientación convincente. Trapero, de nuevo, pone el foco en las contradicciones de la sociedad, y explora la marginación, la violencia, los efectos del narcotráfico y el trabajo de los curas villeros.

Lo hace en tono documental y sin paternalismo. La película empieza y termina sin muchos diálogos, cediendo el protagonismo a la imagen y la música. Hay murmullos, barullo, rezos o gemidos en lugar de palabras. Lo fundamental es la mirada que permite que el espectador sea un testigo, un habitante más de esos poblados misérrimos.

Más extenso en Encadenados.

 

BALARRASA (1951). Obra que habla de la redención y cuenta sobre un dramático error humano, sus consecuencias e incluso un giro existencial. Un argumento asentado sobre la culpa, el sacrificio y el perdón, con gran carga moral.

En medio de una enorme tormenta de nieve, el misionero español Javier Mendoza (Fernando Fernán Gómez), siente que es llegado el momento de su muerte. Destinado en Alaska, Javier, en muy mal estado, repasa su vida. Cómo, tras fallecer su madre, la honorable familia Mendoza empezó a decaer. Él, el mayor a quien llamaban “Balarrasa”, era un hombre juerguista y mujeriego. Al igual que el resto de la familia, deja que desear.

 

Cuando estalla la Guerra Civil, Javier, tras una noche de fiesta en un burdel se juega a las cartas la guardia que le corresponde hacer a él; y gana, haciendo trampas. El perdedor, su compañero Javier Hernández (Mario Beriatúa), muere precisamente mientras hace la tal guardia. Balarrasa, sumamente afectado, tras finalizar la guerra abandona el mundo castrense e ingresa en el Seminario de Salamanca para hacerse misionero.

Cinta del gran director José Antonio Nieves Conde. Contó para ello con un guion muy bien escrito por Vicente Escrivá, que deviene intenso drama. Ambientación muy cuidada y algunas escenas, como en la primera parte de la cena en familia, resultan geniales.

El reparto es de auténtico lujo, llevando el peso un gran Fernán Gómez en un filme nominado en el Festival de Cannes a la Palma de Oro (mejor película). El resto del reparto es de una calidad inusual: María Rosa Salgado, Dina Sten, Luis Prendes, Eduardo Fajardo, Maruchi Fresno, Julia Caba, Manolo Morán (gran papel como taxista incondicional) o José Bódalo.

Película de redención en la cual Mendoza, no pudiendo soportar el peso de su conciencia, encuentra consuelo en la misericordia de Dios y en el sacerdocio. Una forma mitigar su dolor y expiar la culpa.

Más extenso en FilmAffinity.