Ángel Quintana Fernández.

Ángel Quintana Fernández (Tribuna libre).- Hemos asistido en estas semanas a un espectáculo público que ha desesmascarado de forma definitiva a la clase política actual.

Ya no hace falta ocultarse tras unas siglas nacionales de años de trayectoria para ambicionar el poder, aferrarse a un sillón o ganarse la vida sin dar palo al agua aparentando trabajar por el bien común.

El intercambio de fichajes, de perfiles políticos, la precipitación de procesos electorales, el cambio del sentido del voto en mesas y asambleas con una lógica dudosa en plena pandemia, la imposibilidad de resolver una crisis socio-sanitaria que dura ya más de un año con muchísimas víctimas y parálisis general de la economía, hace que los cuadros políticos de los partidos nacionales en España estén quedando cuasi simbólicamente inhabilitados para seguir tomando decisiones determinantes que afectan al día a día de la ciudadanía. No predican precisamente con el ejemplo.

La ausencia de compromiso, la falta de palabra, es un mal endémico que abarca un amplio espectro político que abarca de Pablo Iglesias, cuyo salto en paracaídas desde el Consejo de Ministros a la candidatura de la presidencia de Madrid nos sorprendía a todos, al Grupo Parlamentario de Ciudadanos de Murcia que apoyaba la frustrada moción de censura estando dentro de un gobierno que apoyaba en horas previas, hasta la señora Ayuso que defendía por activa y por pasiva que su gobierno de coalición duraría los cuatro años de legislatura. Esta etapa de falta de cordura política la inauguraría tiempo atrás un Pedro Sánchez que renegaba de Iglesias para formar gobierno y al que abrazaría meses más tarde en un alarde de orgía política desenfrenada y tapada de nariz descarada.



En plena descomposición de Ciudadanos y deriva en forma de bandazos del PP, VOX se erige como cajón desastre y coche escoba que capta los descontentos de uno y otro bando.

Ante la previsible y creciente desmovilización del votante de izquierda, fiel a sus ideales pero hasta la bola de tanto teatro, que observa atónito  como al que calificaban como casta ya no lo es tanto y el que señalaba a dicha casta se ha convertido en el líder que tiene como único reto escenificar su propia desaparición de la escena política. El de Iglesias se ha convertido con el paso del tiempo en un liderazgo que lo único que ha dejado claro es la superación con pseudo nuevas formas a la vieja clase política instaurando la suya propia. Más de lo mismo.

En definitiva, una izquierda fragmentada, una extrema izquierda en proceso de transformación y un centro político dañado y en franca retirada.

El ciudadano de a pie es testimonio de un panorama dantesco que consolida a los partidos políticos como empresas piramidales que reproducen, sin conectar con los barrios en los ámbitos más cercanos y locales, dichas dinámicas de marketing puro y duro.

Los cambios en los gobiernos autonómicos se justifican para solventar la corrupción y los  problemas de anteriores ejecutivos de otro signo. La coalición de PP-Ciudadanos sostenida por VOX en Andalucía se jactó de confabularse contra el “régimen socialista andaluz” de casi cuarenta años de vida. Una administración plagada, según ellos, de enchufismo y empresas públicas cuyas plantillas habían sido engordadas por individuos de escasa formación y con carné político. Años después del comienzo de la legislatura el gobierno de Moreno Bonilla no solo no ha acabado con esa supuesta administración paralela sino que la ha expandido con complejas plataformas político-administrativas. Echan a los del "equipo" rojo y contratan a azules y naranjas como si nada. Un simple intercambio de cromos y vuelta a las andadas.



Estos son ejemplos de partidos que funcionan como empresas con sucursales en cada ciudad, delegaciones en las que las voces discordantes internas se alzan para arrebatar el liderazgo en un alegato continuo del poder por el poder.

Creo que es el momento, ahora más que nunca, de iniciativas ciudadanas que revisen el tradicional juego político. Una dinámica de grandes partidos que pudo servir en los primeros momentos de la transición democrática pero que ahora, en el contexto que nos movemos, se ha demostrado insuficiente, desfasada y, en ocasiones, éticamente reprobable, humanamente deleznable y democráticamente poco representativa de la sociedad actual.

La nueva política pasa por divorciarnos de las grandes marcas nacionales que no terminan de ver las necesidades del barrio o la calle más próxima, pasa por organizaciones construidas con gente que no busquen un puesto en ningún parlamento ni trepar a otra instancia superior, individuos libres de ataduras hechas a base de argumentarios artificiales que apagan el espíritu crítico de los militantes y simpatizantes.

La nueva política reside en el municipalismo bien entendido que no degeneren a modo de organizaciones independentistas locales que ya dieron mucho que hablar, para mal, en los noventa. Una forma de hacer política desde el corazón que se forje desde el asociacionismo más inmediato y desde las demandas de tu vecino sin necesidad de pedir la venia a Madrid, Sevilla o Cádiz. Municipalismo, autonomía local y renovación, ingredientes muy necesarios ante la crisis agónica e interminable de los de siempre.