Siempre me gustó pasear con mis bastones, pero en la ciudad me parecía ridículo. Sin embargo, seguí el consejo de un buen amigo, y esta mañana dirigí mi coche hasta Valdelagrana, una zona desconocida para mí. Aparqué frente la entrada de Los Toruños, y sin miedo a perderme, inicié mi caminata tomando un camino bien definido.

La fresca mañana me invitaba a ver los aromas de los pinos, de las retamas, mientras cientos de aves, de varios tamaños parecían acompañarme. Cuando apenas llevaba dos kilómetros, unos letreros me anunciaron un nombre no desconocido, saboneses, la intersección me marcaba a derecha e izquierda dos rutas, pero la que me indicaba playa me pareció más segura.

Poco a poco fui avanzando por una pasarela de madera que me acercaba a una playa, cuyos sonidos se me hacían más cercanos. Finalmente mis pies se hundieron en la arena, espesa y húmeda, acogedora. Lo magnífico del paisaje me sobrecogió, a derecha e izquierda mar y arena me ofrecían paz, y aun dibujando en el horizonte reflejos de civilización, algo misterioso me envolvió.



Llegué hasta la orilla, me giré, y las pequeñas dunas me ofrecieron el verde paisaje del pinar que acababa de dejar, bajo y extenso. Rodeado de naturaleza, me dejé llevar, y buscando la arena seca, me senté a respirar el aire limpio y denso de aquella playa. Cuan acogedora y pacifica experiencia. Mi Puntilla había ganado una competidora, ahora mi corazón se dividía en dos, entre la coqueta y bella Puntilla, y aquel paraje hermoso y salvaje. Siempre que pensaba en Valdelagrana me enfrentaba a edificios y turismo, pero aquello era otro mundo, otra sensación desconocida, y que en nada tenía que desmerecer a la paz que mi ciudad me brindaba.

Sin saber por qué, pero pensando que si me perdía ya llegaría al coche, comencé a andar por la orilla. Llegando al final, cuando mis pasos ya no podían besar mas restos de orilla, me indicaron que para llegar a Los Toruño siguiera por el paseo marítimo hasta el final, girase y buscara la entrada. Mis dos horas y media se me hicieron cortas, descubrí un infinito paseo donde perderme, y tras tomar de nuevo el vehículo, pensé en La Puntilla… y en tomar el sendero de los esteros, en donde esperaba no perderme.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias. [Lee aquí los anteriores capítulos]