Después de un año con estas nuevas costumbres, las rutinas cambian, nuestro cuerpo se adapta a las nuevas circunstancias, y al final… aunque no queramos, cambiamos nuestra vida.

Mis cafés, mis cervezas, mis salidas nocturnas, todo ello ha caído en desuso, hasta el punto de que hasta dudo que mi cuerpo me pida salir cuando ya no haya sol.

He aprendido, como todos, por la fuerza, a vivir de otra manera, a mis largos paseos buscando el aroma del río, y hoy, tras más de un año, con la misma ilusión que cuando me bajé del tren, me sigue enamorando una ciudad que tanto ofrece. Sus noches, sus noches mágicas, estoy seguro que volverán, se iluminarán las terrazas, y estarán a rebozar de gente, pero yo, yo acabo de descubrir la paz de los paseos bajo un sol radiante que me llena de vida.

Mi Puerto es una ciudad para pasearla, para disfrutarla, para oler a pinos y a mar, para dejarse enamorar mientras paso a paso, vamos hacia ningún lugar y hacia todos. Mil besos perdidos se esconden tras sus espigones, y hoy, por primera vez, mis pasos avanzan adentrándose en el mar a través de ese camino de piedra, la mañana acaba de despuntar, y las olas, suaves y rutinarias, abrazan el espigón por el que me adentro.



Poco a poco voy viendo el final del mismo, y al llegar a su punta, en el lugar del último beso, me dejo acariciar por la brisa. Miro al frente y veo Cádiz, que desde una bruma interesante me saluda. Veo la otra banda, y casi al alcance de mi mano el Puerto Marinero.

Las aguas tranquilas y azules me reciben, y mi amigo, que como siempre, se deja guiar por mí y me acompaña, comienza a tararear una melodía. Cuando le pregunto me dice que es una pena que no hubiera podido estar cuando el vapor del Puerto marchaba hacia Cádiz. En el móvil me enseña un vídeo en donde veo un barco curioso surcando la bahía.

Con nostalgia comienza a cantar la vieja copla, y llevándose la mano a los labios lanza un beso perdido a la bahía, a su vapor. Comprendo que hay cuestiones que nada tienen que ver con los negocios, con la rentabilidad o la necesidad, y que son cosas tan intimas que nunca se pierden. Me hubiera gustado viajar en aquel barco, seguro que me hubiera gustado.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias. [Lee aquí los anteriores capítulos]