Las nubes nos arropan del calor, todo se envuelve en una agradable sensación de frescor, el calor se aleja dulcemente, y la tarde invita a pasear a la sombra de esas nubes.

El Puerto acogedor recibe las primeras sombras de la noche, y desde la Puerta de la Prioral, me dejo enamorar por la presencia de una amplitud acogedora.

Las mesas apenas ocupan un pequeño espacio que queda a mi derecha, los coches apenas infringen la prohibición de paso, y poco a poco, las mesas se van llenando de personas deseosas de disfrutar del velo nocturno.

Tristemente contemplo los espacios desaprovechados, frente a mí, altiva, señorial, desaprovechada, se alzan cientos de ojos huecos que miran a la puerta principal de la prioral, los miro y me preguntan por qué, apenas me imagino si es desidia o abandono, y veo, que desde que tengo uso de razón, apenas vi sus ojos abiertos.

A mi izquierda me responde un frente que si conocí, aquella Selva de recuerdos vieron mi adolescencia, y mi infancia los regalos que a su lado dieron vida a esa plaza durante muchos años.

Hoy, solo un ala alza el vuelo observada desde las vetustas piedras. El resto, dormido, esperan a no sé qué momento. Repaso con mi vista desde las puertas del Templo, la soledad de una plaza, la jarana de una parte, la desidia de los restos, y al final, sin respuestas, dejo volar mi imaginación, como en tantas y tantas ocasiones, soñando con un frente convertido en Hotel, con balcones que miran a las espadañas, con un ala repleta de terrazas.

Mientras esto ocurre, una marmolea y pura  imagen, me invita a seguir soñando, pues presumo, que mis ojos se apagaran sin poder ver lo que mi corazón intuye. No está muerta, no agoniza, y sin embargo, cuanto más podría llegar a ser. La Plaza de España, La Plaza de la Iglesia, el centro, a medias vive con fuerza, a medias, duerme en silencio.