Siempre sentí la lluvia como algo limpio y lejano, algo bello que me ayudaba a concentrarme y a limpiar incluso mi propia calma. [Lee aquí los capítulos anteriores]

Hoy, asomado al balcón contempló las calles mojadas, me detengo a mirar el cielo en el que pequeños rayos de luz comienzan a rasgar un cielo que se niega a mostrarme el sol. Hoy todo me resulta más limpio y sereno, y el aire me inunda de paz.

Mañana nada podrá impedirme buscar una terraza, y aunque sé que lloverá, pienso sentarme a ver las horas pasar. Mis  primeras indagaciones me indican que muchos serán los que prefieran esperar, pero otros abrirán sus puertas.

Que tan solo tuviera que pensar en mí me tranquilizaba, y es que, en algunos momentos, el saber que estaba solo era una garantía de que mis actos no afectarían a nadie más.

Los cristales mojados me hacían pensar en que ocurriría en los próximos días, y aquellas gotas me impedían disfrutar de este maravilloso sol, y aún así eran como una lección de que la lluvia siempre era pasajera, siempre terminaba, tarde o temprano, pero siempre llegaba un momento en el que la misma se marchaba.

Lo vivido también se marcharía, y como ocurría ahora, sabía que mañana llovería, posiblemente durante toda la semana. Sabía que salir sería con precaución, paraguas y alguna prenda de abrigo, pues el verano, ese maravilloso verano que estaba deseando que llegara, lo haría poco a poco.

Mi vida también se retomaría poco a poco, con precaución, saliendo protegido, de distinta forma, si me quería mojar era mi problema, pero si no tomaba medidas contra esta enfermedad, podría mojar a otros, y eso sería imperdonable.

Poco a poco el cielo se fue despejando, y a sabiendas de que la lluvia seguía en los cielos, sonreí. Poco a poco, todo pasa, siempre sale el sol, pero la lluvia es parte de nuestras vidas, y siempre tendremos que estar preparados para cuando llueva, es solo cuestión de tomar medidas… como con todo.