El tema de conversación cambia constantemente, las opiniones se dispersan, pasando de posturas cercanas a posturas cada día más encontradas. Todo ello va generando ese clima de normalidad, pues, aunque nos pese, lo normal, es la diversidad de opiniones, el encuentro de circunstancias, el opinar distinto, lo cual, le pese a quien le pese, resulta, desde el respeto que jamás debe perderse, enriquecedor.

Hoy el debate se centra en el modo de entrar en las fases de desescalada, la conveniencia o no de salir a la calle, el uso o no uso de las mascarillas. En definitiva, el principal objeto de debate es si volver a la normalidad o no, y en qué condiciones. Si centramos las posturas, los extremos se encuentran en quienes no dudan en volver a una normalidad y los que ven un peligro potencial en el simple contacto humano.

Ello conduce a una infinidad de matices grises entre una y otra postura. Pero si nos centramos, todo se reduce a una máxima, y es ni tenemos derecho a poner a nadie en peligro, ni nadie tiene derecho a confinarnos por su propia seguridad.

En el justo equilibrio está la solución, y deberemos extremar la cautela, ser cuidadosos, respetar a quien se quiera aislar, a quien quiera adoptar un modo de vida eremita. Pero a la inversa, quien quiera confinarse, deberá respetar a quienes deseen salir, y deberá ajustar su modo de vida incrementando las medidas de seguridad en su entorno.

La cuestión no es sencilla, y la propia vida nos conducirá a situaciones en las que debamos renunciar y en otras en las que se deberá ceder. Nos enfrentamos a momentos en los que la cohabitación es indispensable, momentos en los que la empatía es necesaria, en la que deberemos comprender tanto una postura como otra, siendo igual de lícito, importante y vital, tanto el volver a la normalidad como querer extremar precauciones.

No es cuestión de ser un Valiente o un Cobarde frente al virus, es cuestión de ser cauto y salir de la zona de confort frente al virus. Son tiempo de comprensión.