Estamos rozando la primera semana de encierro y dicen que la moral está alta. Imagino que en Corea del Sur, porque por aquí solo oigo (paradójicamente dicho sea en el sentido más móvil del término y sin moverme) a gente que está ya de los nervios, por aburrimiento, por estrés y porque ha descubierto que Herodes quizás hizo lo que hizo con más razón y motivos de lo que le atribuye la historia.

Lo curioso es que este tipo de nueva convivencia está comenzando a cambiar algunos de nuestros hábitos y costumbres… aunque no nos demos cuenta. Por ejemplo, ese axioma en el que se aferraban algunos de que ‘los 40 son los nuevos 30’ va a desaparecer. (En realidad solo apareció en el imaginario de algunos, porque por mucho que lo quisieran creer diez años no desaparecen de improviso. Y solo tienen que recordar las mañanas de los domingos cuando se despertaban con todos los 40 en la cabeza). Ahora, la realidad del coronavirus es que todos van a descubrir que los 40 son los nuevos 50.

Y es que con tanta obsesión por comprar papel higiénico a nadie se le ocurrió comprar tinte y cuando salgamos a la calle vamos a tener más canas que pelo. Y kilos, porque está muy bien eso de tener disciplina y hacer ejercicio en casa, pero la realidad que el único que se hacemos de forma constante es el de acudir a la nevera. Y no sí eso cuenta como ejercicio en el sentido literal de la palabra.

Y saldremos más viejos, porque con tanta cana y kilos nuestra moral estará por los suelos. Estaremos cansados, abatidos y desmoralizados, con ganas de salir a correr, pasear y tomar el sol en la playa… pero para descubrir que la distancia que separa nuestros portales del paseo marítimo es bastante mayor que la del salón a la cocina y ya no tendremos fondo para andar tanto. En el fondo, vamos a querer quedarnos en casa… pero sin los niños. Como esos cincuentones felices a los que tanto criticábamos por estar solos en su casa.

Y hay pocas soluciones reales a esta situación. De las otras, un montón. No hay día que alguien no te recomiende el truco de salir a la calle por la mañana para comprar el pan, luego salir a por la leche y a la tarde a por unas palmeritas para los niños. Y aunque así se llena esa dichosa nevera, no se trata de salir de casa, sino de encerrarnos en ella para no propagar el virus.

Pero qué le vamos a hacer. Cada cual soporta esta reclusión como puede. Yo ya llevo dos artículos en una semana. Y a este paso… me hago una sección fija.