“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

De vuelta en el avión, en un viaje trasatlántico, pude cazar al vuelo (nunca mejor dicho), dos películas que me acompañaron y entretuvieron las muchas horas sentado en mi butaca-estanca-limitada. Este venturoso azar me permitió visionar dos obras que arraigan y derivan sus historias del cine. Ambas se entienden como un producto del valor del cine.

La primera de ellas es Volveréis (2024), de J. Trueba; la otra, Lo que quisimos ser (2024), del argentino A. Agresti

VOLVERÉIS (2024). Película en la que la pareja protagonista (Itsaso Arana y el mismo Trueba Jr.) están, en la historia, profesionalmente implicados en la realización de películas, ella como directora y él como actor.

La cosa es que transitan ambos la crisis de los 40 y los personajes han decidido separarse y, lo más extravagante, celebrarlo por todo lo alto.

Comedia romántica dirigida por Jonás Trueba que sitúa su mirada en el periodo del desamor, en la fase en que se asume la descomposición de una pareja. La sencillez de la premisa de celebrar la separación deja paso a una obra más compleja en aras a encontrar la deconstrucción del relato romántico.

Se muestran las dificultades, las dudas y las inseguridades para llevar adelante el ritual de celebrar el fin del amor, como hecho que posibilita sentirse más feliz y afrontar con confianza el futuro tras la separación.

La obra, como dice Tormo en Encadenados: “es la relación entre el cine y la vida, entre la ficción y la realidad”. Con la presencia de personajes encarnados por personas reales (directores, guionistas, etc.), donde es delgada la línea entre la verdad y la invención. Una creativa confusión, una celebración del arte cinematográfico.

Ocurre también que los personajes tienen buena onda, son compasivos, no hay rastro de ruindad en su visión y son héroes de lo cotidiano. Jonás ha conseguido una comedia amable y pausada. Cine protagonizado por buenas personas, cine que nos hace mejores.

Este interesante filme no se edifica sobre el vacío, tiene su fundamento y su complejidad. Así, el manifiesto o marco conceptual que sostiene el entramado, final incluido, aparece en la última escena, y está tomado de un filósofo existencialista que proponía que Solo el que ama participa del amor y bebe de su misma fuente: Sørensen Kierkegaard:

“El amor-repetición es en verdad el único dichoso. Porque no entraña, como el del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa fascinación del descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo peculiar del amor repetición es la deliciosa seguridad del instante”.

O sea, quedémonos como estamos, que fuera hace mucho frío.

 

LO QUE QUISIMOS SER (2024). Comienza en una antigua sala de proyección de Buenos Aires, frecuentado por una pareja de cincuentones aficionados al cine clásico de Hollywood. A la salida de uno de esos pases, ambos se hablan por primera vez, se fuman un cigarrillo y deciden ir a una cafetería cercana. Comienzan una relación curiosa y muy peliculera.

Esta obra de Agresti rompe las previsiones habituales de una peli romántica, pues bien puede llamarse así a esta cinta. Lo que resulta es como que la vida real pudiera incluso ser más sorprendente que el propio cine.

Para ubicar, Beto / Yuri (Luis Rubio) e Inés (Eleonora Wexler) se han conocido en 1988 en el viejo Cine Arte de Buenos Aires. En el otoño de 1998, época del gobierno Ménem, está la dolarización y todo aquello que es ya historia. Ambos, espectadores únicos en la sala, han ido a ver Luna nueva, un clásico con Cary Grant y Rosalind Russell dirigido en 1940 por Howard Hawks.

De allí al bar y, a partir de entonces, reencuentros casi todos los jueves durante semanas y meses. Unidos por su amor al cine, la pareja decide compartir, incluso vivir, de mutuo acuerdo, no la vida que les arrastra y para la que están destinados, sino la vida que soñaron o imaginan.

Beto es dueño de una librería de segunda mano, e Irene una correctora y editora literaria, madre de un hijo un joven. Pero desde la primera conversación las reglas de la extraña pareja quedan establecidas, un juego de adultos tan imaginativo como inocente y firme.

Prohibido pronunciar los nombres verdaderos, lo mismo para los detalles de la vida personal. Hay que inventarse otra realidad, una ficción que se sienta verdadera. Beto opta por una profesión extraña como es la de astronauta. Ella en cambio elige algo más en sintonía con lo que hace: es una escritora famosa. Así, Irene y Yuri (como el astronauta ruso) se encuentran todos los jueves a la tarde en el bar Brighton de la calle Sarmiento.

Pasado el tiempo), después de 2001, en la etapa del default argentino y estallido social, los encuentros se cambian a un bar más económico. No están las cosas para tirar cohetes.

Entre copas de Cointreau y vasos de un güisqui Old Smuggler Etiqueta Blanca, ambos conversan sobre sus vidas fantaseadas, él sobre viajes estratosféricos, ella sobre sus últimos éxitos editoriales, mezclando emociones, sensaciones e ideas reales con las imaginadas, reafirmando en cada encuentro una amistad que evita el dolor, la pesadumbre y los inconvenientes del día a día. También obvian hablar de algo que late, que está, del amor que ambos se profesan, especie de amor imposible.

Entre los personajes secundarios destacan el hijo adolescente de ella (Antonio Agresti) o Fermín (Carlos Gorosito), el camarero que los atiende, pero la cinta son básicamente dos personas solitarias, golpeadas por la vida (a ella pronto la veremos atravesar un cáncer) pero que en esas citas semanales se acompañan, se cuidan, se quieren.

Una relación en la que se celebra esencialmente y sobre todo la palabra y la capacidad de soñar mundos posibles. La imaginación vuela y triunfa sobre la realidad, la cotidianeidad pasa a un segundo plano. Una felicidad edificada sobre sueños, pero con mucho amor.

Hay cine, pero también hay libros, porque él tiene una librería y ella dice ser escritora. Cada charla de los jueves podría ser el capítulo de una novela. Agresti filma los diálogos consiguiendo que cada gesto de sus dos intérpretes adquiera la dimensión emotiva y la elocuencia necesaria como para sostener el atractivo y el interés.

Los elementos dramáticos están pasados por el tamiz de la comedia. Desde luego no es una obra de risotadas, el humor de la película elige un tono apacible, tranquilo. Envuelto en una historia romántica en la que lo que se dice es más importante que lo que se ve.

Nuestro director se decide por un naturalismo amable, un poco escapista, al modo de cómo “escapan” semanalmente sus personajes del mundo que los rodea, creando las escenas con un uso intensivo del plano y contraplano, confiando en la sutileza y el magisterio de las actuaciones de Eleonora Wexler y Luis Rubio. Presente la maestría de los actores argentinos, como siempre digo.

Filme nocturno y melancólico, une a las referencias del cine clásico, un piano que suena de fondo (música de Leo Caruso), una estupenda puesta en escena y una fotografía de Marcelo Camorino que marca la distancia temporal.

Es una película sensible, no diría sensiblera, sino emotiva y entrañable. Una obra sosegada, sentida y madura. Aunque algún espectador/a eche en falta el amor real, carnal, de tacto-contacto. Pero a su manera, Agresti resuelve muy bien, en sus términos, un particular romance más textual que táctil.

Podemos ver, bajo este romance de Agresti, las constantes de un cine poético: el tiempo como esencia, que rompe la narración convencional, y una estética con el impecable trabajo de imagen, sabiendo reflejar la intensidad de las situaciones.

Ello en sintonía con la historia que se cuenta: de amor, dos personajes, una singular manera de hacer metáfora con el tiempo. La temporalidad y la identidad, sumados a una mirada melancólica sobre aquello que quisimos ser pero que no sabemos si aún somos o siquiera, si en algún momento pudimos haber sido, pero que siempre será posible con una hermosa y necesaria cuota de imaginación.

Al final hay novela, la novela que ella escribió de aquel amor que los preservó de los peligros de la vida.