Curiosamente, cuando los árboles comienzan a desnudarse de sus hojas muertas, cuando en nuestros corazones nace —sin saber por qué— el recuerdo de quienes se fueron, y, a pesar del calor, ya nos apetece ponernos una rebeca, llega el mes de los muertos.
El ser humano siempre ha mantenido una extraña relación con la muerte: desde quienes buscan su contacto directo, intentando incluso entablar relaciones con ella, hasta quienes huyen y temen su cercanía. La realidad es que, en este mes, la proximidad con la muerte se hace innegable. Puede ser cultural, esotérica, tradicional, mística o simplemente casual.
Los cementerios se abren, las tumbas se resanan, los vivos reniegan, y los muertos callan y descansan. Hace tiempo descubrí que los muertos están tan cansados que no nos importunan; quizá se rían de nosotros, pero no vienen a molestarnos ni nos hacen mal alguno. Puedo estar equivocado, pero, de momento, jamás una persona fallecida me hizo daño. En cambio, me enseñaron a desconfiar y temer a los vivos.
Octubre, como decía, es el mes —antesala y anuncio de los muertos—. ¿Mes alegre? No. Pues al recuerdo vienen personas que dejaron, o dejarán pronto, de interactuar con nosotros. Quizás la religión sea un consuelo para algunos, para otros no, pero lo que es innegable es que nadie permanece indiferente a un mes como el que vamos terminando.
Y tampoco puede negarse el hecho de que, a todos, sin excepción, nos llegará la hora —más tarde o más temprano— de ser recordados. Atrás quedarán nuestras ideas, que podrán dejar mayor o menor huella, pero que acabarán como los pasos en la orilla tras la marea vacía.
Y ello me lleva a pensar, en este mes, de forma diferente… a reflexionar.
¿En serio merece la pena el odio que a veces destilamos?
¿La eterna lucha por imponer criterios vacíos, enfrentando convicciones que al final se desvanecen igual que nosotros?
Lo cierto es que no hemos aprendido nada. Carecemos de un fin común y olvidamos —sí, olvidamos todos— que, al final, todos, absolutamente todos, nos conozcamos o no, estamos eternamente unidos por un final exacto y común: la muerte que a todos nos llega.
Quizás este sea un buen mes para reflexionar: todos compartimos un destino del que no podemos huir, algo que nos une, seamos de donde seamos y pensemos como pensemos. Perder el tiempo odiando no nos aleja ni nos acerca del valle hacia el que todos caminamos.