
“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.
Hace ya algunos años, haciendo ciertas indagaciones, descubrí que por lo general las cocinas, así como los cocineros y ayudantes, viven en no pocas ocasiones marginados del resto de los profesionales de establecimientos como Hoteles, residencias, centros escolares, etc. Incluso trabajan muchas veces en las plantas inferiores y apenas ven la luz del día.
Me han contado algunos de ellos que incluso tienen que beber unas copas antes de entrar a trabajar por las mañanas, algo que sólo conocía en los trabajadores de las minas de hace unas décadas.
Ya he abordado esta temática en otras entregas como: Un viaje de diez metros, La brigada de la cocina o, El excesivo afán por la comida.
Me refiero en esta entrega a dos películas sensacionales: La cocina (2024), de A. Ruizpalacios; y Hierve (2021), de Ph. Barantini.
LA COCINA (2024). Una muchacha dominicana busca la dirección de un restaurante en Times Square, donde la van a contratar como pinche. No conoce el idioma inglés, pero no tarda en darse cuenta de que con su castellano es más que suficiente para hacerse entender en la Gran Manzana.
La joven, que se llama Citlali ha quedado con Pedro, que es familia. La entrevista para el trabajo la hace el responsable de contratación, Luis, quien la admite y le señala que se vista y se incorpore. Y así hace, no tardará en estar junto a Pedro, como ayudante.
Estamos en la hora punta del almuerzo, el local se llama The Grill y está dirigido a los turistas que llegan a la ciudad. Atiende a centenares de clientes de toda raza y condición, con poder adquisitivo alto, sobre todo los viernes, y estamos en uno de esos viernes.
Pero algo grave ha ocurrido y los encargados casi entran en pánico pues hay que comunicárselo al dueño, el gran jefe, Rashid, un hombre duro y tirano que no hace migas con nadie. Ha desaparecido dinero de la caja.
A partir de aquí, oído el jefe, los trabajadores serán preguntados e incluso interrogados por un avieso encargado. La mayoría de los cocineros, pinches o meseras son inmigrantes ilegales capaces de cualquier cosa para conservar su trabajo.
La cocina no para, docenas de platos y postres se están preparando en todo momento, hay que seguir el ritmo sin tregua, agobiante, para cumplir con el flujo constante de pedidos que llegan uno tras otros desde el comedor a través de la pequeña impresora que hay en la cocina.
Un cocinero veterano es Pedro, mexicano que anhela en la vida algo más que ese ingrato trabajo. Pedro sueña y está muy enamorado de Julia, una camarera norteamericana, una gringa. Pero ella no se puede comprometer con un extranjero indocumentado.
Rashid, el Gran Jefe, ha prometido ayudar a Pedro con sus papeles. Pero hete aquí que el joven es acusado de haber robado los 800 dólares de la caja, lo cual precipita en él, junto a los desprecios recibidos y el desengaño amoroso con la gringa rubia, un estado emocional en cortocircuito.
En Pedro, asoma la ira y en un acto explosivo y loco, en una tormenta de furia y golpes rompe cuanto tiene a su alcance y acaba deteniendo la cadena de producción en la cocina y en el restaurante, un parón en seco.
La insólita y violenta reacción del mejicano deja a toda la gente del restaurante, incluido al dueño, estupefactos, en un estado de incredulidad, no puede ser que esté ocurriendo eso. The Grill nunca falla a sus comensales, pero ahora, hasta la caja registradora está fuera de juego.
El universo, antes del incidente, era así: Los camareros (meseras) toman los pedidos, los pedidos se colocan en una máquina, la máquina imprime el ticket, el expedidor de los tickets o miniprinter anuncia los artículos que deben prepararse y el expo llama a los camareros cuando los artículos están listos.
Pero Pedro, de un golpe seco y firme ha roto también el miniprinter. Todo ha quedado en suspenso. Rashid, entre susurros firmes le increpa: “Has parado mi mundo ¿Por qué?”.
Dirigida y escrita por Alonso Ruizpalacios (la historia está basada en la aclamada obra teatral homónima de Arnold Wesker, The Kitchen, 1957), es una película que tiene un evidente y gran interés en el ámbito cinematográfico, por su enfoque social y su cuidada puesta en escena.
Aborda temas como la precariedad laboral, la inmigración, la marginalidad de los indocumentados, el racismo o las relaciones humanas en un entorno de alta presión. El cocinero Pedro (Briones), mantiene una relación con Julia (Mara), una camarera estadounidense, relación, en cierto modo prohibida por los cánones sociales, que añade una dimensión emocional al relato.
Esta cinta de Ruizpalacios tiene una estética cuidada y a lo largo de toda la obra se percibe un aprecio particular por el plano secuencia. En general, la película está compuesta de escenas largas sin cortes. Hay un plano secuencia hacia la mitad de la cinta de una potencia considerable, un momento de extraordinaria calidad.
Hay un contrate grande entre las escenas interiores y las escenas en el exterior, este elemento hace que el espectador haga inmersión en la historia y sienta alivio cuando aquella pobre gente puede disfrutar de charlas e intercambios al aire libre.
Tiene un reparto sensacional, con una gran cantidad de actores y actrices que interactúan entre sí, que bromean, que se pelean, que se gritan, hombres y mujeres jóvenes, la mayoría hispanos o de color, que a pesar de las diferencias se saben arropados por ese ejército de compañeros del restaurante.
Nombres como Raúl Briones, sensacional en el rol principal de Pedro, un cocinero mexicano romántico, vehemente y soñador; o Rooney Mara, la bonita gringa que tiene una difícil relación con el mexicano, una mucha que también ansía respirar el aire de la mañana lejos del frenético y cerrado restaurante. Acompañan otros artistas en sincronía perfecta y trabajo coral.
Destaca la sensacional música de Tomás Barreiro y una magnífica fotografía de Juan Pablo Ramírez, a tono con la espesura y el clima asfixiante de la cocina. De hecho, la cinta está filmada íntegramente en blanco y negro, una maravilla visual sobre lo lamentable de la inmigración explotada.
Es una obra que acierta a exponer elementos de tipo social (explotación, racismo, etc.) con una ejecución técnica impecable, pobre gente que sufre calladamente las leoninas condiciones laborales.
Importante crítica sobre la situación de los inmigrantes llegados a los EE. UU. en busca de una oportunidad. Ahora que con Trump y las nuevas políticas americanas se habla tanto de la inmigración ilegal, el filme pone en evidencia cuántos negocios del país se nutren de esta mano de obra en precario, retratando dicha precariedad.
Más extenso en revista ENCADENADOS
HIERVE (2021). Dirigida por Philip Barantini, es una experiencia cinematográfica tan intensa como inmersiva. Rodada en un único plano secuencia de 92 minutos, la película nos introduce en la cocina de un restaurante londinense durante una de las noches más caóticas del año, donde todo —literalmente— puede salir mal.
El protagonista, Andy Jones (interpretado magistralmente por Stephen Graham), es un chef al borde del colapso emocional y profesional. A lo largo de la noche, debe lidiar con una inspección sanitaria inesperada, tensiones con su equipo, clientes exigentes y con fantasmas personales que amenazan con desbordarlo.
La cámara lo sigue sin descanso, capturando cada mirada, cada fallo, cada estallido de tensión con una naturalidad casi documental.
Lo que hace especial a esta obra no es solo su virtuosismo técnico, sino su capacidad para construir una atmósfera de ansiedad creciente. El plano secuencia no es un truco visual, sino una herramienta narrativa que transmite la presión constante del entorno laboral en la alta cocina. La película no da respiro, y eso es precisamente lo que la hace tan efectiva.
Además del protagonista, el reparto coral brilla con fuerza: Vinette Robinson, Alice Feetham y Jason Flemyng aportan capas de complejidad a sus personajes, todos atrapados en una espiral de exigencias, frustraciones y silencios incómodos.
La película también lanza dardos certeros contra el culto a la imagen, el clasismo en la restauración y la precariedad emocional de quienes trabajan tras las bambalinas de los fogones.
En definitiva, un filme tenso, humano y profundamente realista. No busca adornos ni finales complacientes: es una radiografía cruda del estrés laboral y de cómo, en ocasiones, basta una sola noche para que todo se desmorone. Una de esas películas que se sienten más que se ven.