Lo vivido recientemente pone de manifiesto lo vulnerables que somos. Un simple apagón de unas horas generó incertidumbre, caos y nos hizo retroceder en este ridículo mundo de bienestar en el que creemos vivir.
Pasado el tormentoso día, llega el momento de analizar una situación tan inusual como inquietante. Las explicaciones oficiales han sido nulas, lo que no hace más que agravar la sensación de desinformación y angustia ante la posibilidad de que vuelva a suceder.
En un país con diecisiete sistemas de salud, con una educación totalmente descentralizada y a menudo caóticamente gestionada, resulta sorprendente que algo tan esencial como el suministro eléctrico dependa de un solo centro de mando. Un punto único que, si cae, nos arrastra a todos, sin excepción, a la oscuridad más literal y simbólica.
Hemos oído hablar de grandes apagones en ciudades o incluso países, pero lo que inquieta no es solo lo que ha pasado, sino lo poco que sabemos al respecto. No sabemos por qué ocurrió, aunque sí qué ocurrió. Tampoco si volverá a suceder, pero sí sabemos algo más peligroso: que una sola persona, desde un solo lugar en este país, puede decidir cómo y cuándo podemos producir, vivir y disfrutar de nuestro estado de bienestar.
Este apagón nos ha dejado una lección muy real: la red puede caer con una simple orden, y quedamos secuestrados a oscuras si no seguimos las reglas. Advertidos estamos. El kit de supervivencia ya no es un consejo de precavidos, sino una necesidad casi institucional.
No hay espacio para el alarmismo, porque al fin y al cabo, todo —o casi todo— tiene solución. Pero también es cierto que siempre puede fallar algo, y cuando el fallo es tan abismal, cuesta no pensar en teorías más oscuras.
No es cuestión de caer en un estado de psicosis conspiranoica... o quizás sí. Cada cual es libre de pensar lo que considere oportuno. Pero, visto lo visto, no es descabellado pensar que hay gafes que, nos lo creamos o no, atraen la desgracia, y no precisamente por voluntad propia.
Después de una pandemia, de Filomena, de erupciones volcánicas, de la DANA y ahora los apagones... y puede que me deje algo en el tintero, quizás tengamos un gafe en casa. Y no es cuestión de desearle mal, pero sería hora de invitarle a salir de nuestras vidas antes de que nos apague definitivamente.